miércoles, 6 de agosto de 2008

XV HOMENAJE A THE WHO

Cuando el rock & roll se queda en rock & roll acaba siendo un coñazo. Por muy
impactante que resulte al principio, el esquema ese de guitarra-bajo-batería-voz,
con todos los aditamentos que se le quieran añadir, sería terriblemente chocante
en los sesenta, pero pasado el tiempo tiende a resultar tan repetitivo como los
Camilosextos de turno.
Hay que hacer algo digno de ser contado, hay que alimentar la leyenda o al
menos intentarlo. Zarama sorprendía lo suyo al principio, cuando nadie había
visto rock en euskara con tacos y cortes de mangas, pero después nos tuvimos que
estrujar la mollera para montar números extra musicales, cuantos más mejor.
Siempre hay quien defiende que lo único importante es la música, pero, por ejemplo:
¿quién conocería la obra de TheWhos si no hubieran impresionado al mundo
con aquellos espectáculos caóticos en los que destrozaban el instrumental?
¿Quién habría escuchado a Jimi Hendrix si no hubiese estado en boca de todos
porque quemaba la guitarra? ¿Quién recordaría a los Sex Pistols sin su show
anti-queen sobre el Tamesis?
Nuestras ocurrencias no siempre fueron afortunadas. En cierta actuación, en el
frontón de Lumbier sembramos el escenario de bengalas y el encargado de accionar
el encendido se equivocó. Interpretó mal una señal mía (que no iba dirigida a
él) y los fuegos artificiales –que no habían sido probados– estallaron de pronto sin
ningún sentido ni control acojonándonos a todos. La imagen de unos “duros rockeros”
asustándose por las explosiones fue patética. Protagonizamos un espectáculo
de humor, pero sin querer.
En nuestro décimo aniversario, en 1987, nos contrataron para actuar en fiestas
de Bilbao junto a Hertzainak. Estuvimos dándole vueltas a la cabeza durante
horas, aquello no podía ser una actuación más, debíamos dar la nota, marcar las
diferencias con ellos. A alguien se le encendió la bombilla: “¿cumpleaños? = ¡tartas!”...
compramos varios kilos de nata, una enorme bolsa de guindas y un molde:
hicimos doscientas cincuenta tartas artesanales, una por una y las situamos con
su correspondiente bandeja de cartón sobre unas baldas construidas para la ocasión
en la furgoneta. Mientras sonaban los últimos acordes del show daríamos
paso al “numerito”. Consistía en lanzarnos unas tartas a la cara entre nosotros y
después involucrar al público hasta montar una orgía de pasteles voladores, esa
que todos hemos soñado en la infancia. Fue genial. Hubo un momento sublime en
el que la nata volaba en todas direcciones pringándolo todo a su paso. Se superaron
todas las previsiones. Cuando terminó el concierto había largas colas en los
bares de los alrededores para quitarse el pringue y en todas ellas se partían de risa
recordándolo. Lamentablemente no fueron de la misma opinión los dueños del
equipo ni el promotor que nos contrató. Hubo histeria, gritos, acaloramiento, promesa
de hostias y lo que es peor: no volvimos a actuar jamás en fiestas de Bilbao.
La nata hizo estragos en los aparatos eléctricos. Una putada, pero os juro que
mereció la pena.
Mucho más lamentable fue cierto “día del estudiante” en Trintxerpe. Se nos
ocurrió la brillante idea de acumular sobre el escenario una pila de viejos libros de
texto y en cierto momento de clímax lanzarlos al público para que los destrozaran.
El comienzo no fue malo, los libros volaban en parábola y aunque los rostros, más
que gozo transmitieran confusión, al menos algunos brazos sueltos saltaban para
cogerlos. De pronto me hice con un pesado diccionario de Latín, que ya en su día
odié con todas mis fuerzas y traté de lanzarlo muy alto y muy lejos. Mis dedos
sudorosos me jugaron una mala pasada: el volumen salió disparado a gran velocidad...
pero directamente hacia la primera fila, donde impactó de lleno en el hocico
de una pobre chica despistada. Su nariz manó abundante sangre y lo que es peor,
ella perdió el conocimiento y hubieron de sacarla a la calle formando un dificultoso
pasillo entre los congregados. Nos quedamos tan afectados que el resto del recital
fue un puro despropósito. También el público se enfrió varios grados, tras comprobar
que aquellos anormales que saltaban sobre el escenario podían agredirles
de la forma más gratuita e incomprensible cuando menos lo esperaran.
Pero también hubo iniciativas afortunadas. En unas fiestas de Santurtzi nos disfrazamos de sardineras con salla y todo. La imagen de Tontxu dando saltos con
aquellos faldamentos será difícil de borrar. El mayor problema radicó en la frontal
oposición de Txus a “hacer el ridículo” delante de sus hijitas, algo que ninguno de
nosotros –entonces sin compromisos familiares– podíamos comprender.
Otras afortunadas ocurrencias: Salir a escena impecablemente vestidos de frac,
indumentaria de la que nos íbamos despojando canción tras canción hasta quedarnos
en calzoncillos, salir con Kaiku y Txapela interpretando una bilbainada,
comenzar el “Agur Betirako” al toque de “diana”, que yo interpretaba con una vieja
“turuta” que encontré por casualidad en un viejo almacén, instrumento que luego
arrojaba contra el suelo para después pisotear con saña... Cuando hubo tiempo y
ganas para preparar un chou, los asistentes lo solían agradecer y la actuación funcionaba a las mil maravillas.
Hubo veces en las que la sorpresa surgía sin pretenderlo. En cierta ocasión creí
morirme del susto cuando me giré, en medio de una sentida interpretación y a dos
palmos de mis narices se me apareció un policía nacional, pertrechado de antidisturbios...
había amenaza de bomba y entraban a desalojar... los únicos que se
movieron de allí –y rápidamente– fueron ellos. Peor terminó cierto concierto en la
plaza de Sestao. Había huelga de basureros y el pueblo apestaba como si estuviéramos
tocando sobre una enorme vomitona. Una cuadrilla de kamikazes se dedicó
a tirar basuras contra la fachada del ayuntamiento (que pillaba muy cerca) y prenderlas fuego. La fiesta terminó en batalla campal.
Nuestra espuela, seamos francos, tenía un nombre muy concreto: Hertzainak.
Ellos nos habían desbordado con creces a raíz de su primer álbum-bomba y a nosotros,
que habíamos pasado a un segundo plano, nos producía un malsano disfrute
ponerles altísimos listones en directo. Lo de Hertzainak era siempre previsible.
Superados los primeros tiempos locos en los que hacían gaupasas después de
cada espectáculo, se fueron convirtiendo en un grupo 100% profesional, sin margen
para el error o las sorpresas. Para nosotros, cada nuevo cartel compartido –y
los hubo a cientos– era un reto a la imaginación. Había, eso sí, una asignatura pendiente que no sabíamos cómo aprobar: destrozar los instrumentos. Cada nuevo
desafío Zarama-Hertzainak, alguien volvía a fantasear con la posibilidad para
al final volvernos a dar de narices con la evidencia: no se pueden destrozar los instrumentos sin cargarte a la vez el futuro de la banda. Se barajaron infinidad de
alternativas: comprar material de saldo en el rastro sólo para romperlo, hacer una
simulación con instrumentos de goma espuma... No, es evidente que el salvaje
ritual que en su día protagonizaban los Who, Yardbirds y el mejor Jimi Hendrix
debían ser caóticos, arrolladores y decididamente reales. Como en tantas otras
ocasiones, el asunto se puso encima de la mesa ante un inminente “derby”: fiestas
de Portugalete, esta vez al aire libre en el conocido como “parque de los monos”.
Con el entusiasmo de los recién llegados Joseba, el teclas, el del libro de chistes,
acometió una vez más, la incordiante materia:
–“Tendríamos que romper todo el instrumental, en plan Los Who”...
Suspiro general. A todos nos cagaba volver a enfrentarnos con la evidencia pero a
Tontxu mucho más. El llevaba varias actuaciones reprimiéndose de romper la guitarra
durante el apogeo final de “Bildur Naiz”. Estaba demasiado reciente en el
tiempo la fecha en la cual, animado por una ingesta etílica superior a la habitual,
le había propinado un golpe considerable contra el monitor. El balance no pudo
ser más lamentable: su preciosa Fender Stratocaster con dos costillas rotas y el
público frustrado escupiéndole a rabiar por “acojonao”–no la había destrozado del
todo–. Aquel rapto de “autenticidad” le mantuvo durante semanas destripando su
preciado tesoro para volverlo a armar y comprobar entre juramentos que “sigue
sonando raro, joder”...
–“Yo estoy dispuesto a romper un teclado...”
El comentario, con vocación de órdago, nos hizo levantar ligeramente las cabezas.
Ninguno de nosotros conocía tal experiencia... había que reconocer que al menos,
era original... Como era habitual, Txus aportó el realismo brutal:
–“Ya, y luego ¿con qué tocas? ¿con un dorremí?”
Un dorremí, el juguete de moda en nuestra tierna infancia, una especie de órgano
“de soplar” que terminaba convertido en un repugnante mar de babas. Txus,
una vez más produciendo descojono general. Pero Joseba nos había inoculado una
imagen sugerente en la cabeza: El teclista destrozando su instrumento. Merecía la
pena detenerse un rato en la sugerente idea... Evidentemente Joseba no era tan cretino como para hacer añicos ninguno de sus preciados “módulos” pero todos sabíamos
que había una alternativa tentadora a muy pocos metros de donde nos
encontrábamos... el viejo “Farfisa” de Julen.
–Julen hace mil años que se olvidó de ese puto cacharro... aventuró el Putre.
–Pues a mí ya me suele preguntar por él, repuso Javi.
Es cierto, el Farfisa estaba hecho polvo, abandonado a su perra suerte en un rincón.
Pertenecía al tío sacerdote de nuestro amigo Julen, que en sus tiempos hacía
misas “ye-yes”. En su día, Julen hizo una prueba para tocar con nosotros algunos
pasajes pero ni sus dedos ni su instrumento nos habían convencido. Hacía ya años
de eso. Desde entonces su Farfisa cumplía la misma melancólica función que aquel
arpa en la poesía de Adolfo Bécquer:
“Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
cómo el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!”
Julen no estaba particularmente añorante de su trasto. Si hablabas largo rato
con él era probable que te lo recordara, pero nunca con excesivo énfasis, más bien
daba la sensación de que esperaba una nueva oportunidad para unirse a nuestras
filas. La tonta idea inicial encendió un reguero de pólvora, todos fuimos añadiendo
idioteces a cuál más insensata. Imaginamos teclados ardiendo, aplastados
bajos los saltos de Tontxu, arrojados al público... La mayor parte de las propuestas
eran irrealizables. La experiencia de las tartas nos había enseñado que una brillante
y exitosa iniciativa podía tener consecuencias indeseables. Finalmente llegamos
a un esbozo bastante apetecible:
–“Cuando llegue la parte instrumental de “Bildur Naiz”, Tontxu queda solo en el
escenario punteando en plan lead guitar, con una luz cenital sólo para él. De pronto
se quita la guitarra, la toma por el mástil y la alza en ademán de romperla... hace
un par de amagos y en lugar de golpearla –cómo el otro día– se la vuelve a enfundar
y da un corte de mangas al público, cómo diciendo que no la rompo, coño y se
va por un lateral. Entonces, cuando empiecen a protestar y a tirar lapos, Joseba
toma el Farfisa, lo extrae de la torre de teclados, salta desde su tarima al escenario y lo destroza con saña como diciendo: ¡yo sí me atrevo, qué pasa!... seguro que el personal se pone cardiaco...”
Fumata blanca. Ya teníamos plan para el próximo combate del siglo. Una vez
más la suerte estaba echada. Hubo eso sí, una decisión un tanto golfa para la que
hubo que recurrir al sufragio universal: no le diríamos nada a Julen... si volvía a
preguntar por su olvidado instrumento, le daríamos largas y si la cosa se complicaba
demasiado le compraríamos un Casio nuevo (los Farfisa ya no se fabricaban).
Y llegó el día “D”, esta vez, al ser nuestro pueblo vecino, no llegamos muy tarde.
Esto facilitó una razonable cordialidad con los Hertzainak que fueron, con diferencia, los que más sufrieron nuestros retrasos. La prueba transcurrió excepcionalmente ágil. Era una deliciosa noche veraniega y el parque estaba rebosante de jóvenes ávidos de rock & roll. Abrieron fuego los de Boikot, banda portugaluja que arrastró un buen contingente de supporters. A continuación salimos nosotros,que desde años atrás estábamos resignados a ceder el lugar de honor a
Hertzainak –ya le habíamos cogido hasta gusto–. Hicimos una buena actuación.
Sonábamos bien, teníamos suficiente energía –no habíamos gastado un
montón en balde tras un viaje agotador– y jugábamos en casa, lo cual, por razones
evidentes, siempre se nota. Cuando concluyó el “Dena Ongi Dabil”, nuestro número-
apoteosis, la peña quería más. Los gritos de “beste bat” (“otra más”) eran claros,
entusiastas, abrumadores, las bases estaban sentadas para realizar el número en
condiciones idóneas.
Salimos rápidamente a interpretar nuestra versión punkarra del “Beti Penetan”
y enlazamos sin respiro con “Bildur Naiz”, que procurábamos interpretar de la
forma más agobiante posible. En el momento previamente ensayado Tontxu fue
adquiriendo protagonismo y se colocó en mitad del escenario mientras Txus, Javi
y yo desaparecíamos por la tangente. Quedaban así Ernesto y sus timbales y Joseba
haciendo un colchón de teclas que añadía tensión, ambos subidos en sus tarimas
y en penumbra. Tontxu se apropió del espíritu del mejor Angus Young y se hinchó
a caracolear con su guitarra como si fuera víctima de un ataque epiléptico.
Agazapados tras la batería, Javi, Txus y yo nos moríamos de excitación por ver
el resultado de nuestra nueva ocurrencia. Tontxu bordó su parte. Hizo unos amagos
bastante creíbles de romper su preciada Gibson y cuando las primeras filas ya
se empezaban a apartar por si las moscas, obsequió al respetable con un corte de
mangas que, en efecto, sacó de quicio al personal. Abucheos, dedos “corazón”,
insultos... llegaba el momento de Joseba, el motor de la idea, pero se encontraba
tan absorto en sus máquinas que se había despistado. Todo el resto de la banda,
incluido Ernesto nos pusimos a gritarle como energúmenos y él, de pronto bajó de
la luna. El Farfisa estaba integrado con el resto de los teclados para dar mayor realismo.
Se trataba de que los espectadores pensaran realmente que rompía un órgano
de verdad y no un juguete. Tan bien estaba camuflado que hubo de dar varios
tirones hasta que lo arrancó de su base. Cuando observó nuestros rostros desencajados
él también se puso nervioso y se abalanzó como un búfalo sobre el escenario
con el instrumento alzado. Con tanta furia y tanto acelerón lo hizo que en el
momento del salto se produjo un hecho inesperado: una de sus largas zancas se
trabó con un cable y toda una torreta de variados y caros teclados cayó en barrena
desde la tarima y se desmoronó aparatosamente sobre el escenario. El propio
Joseba llegó a trompicones hasta el punto central y se lió a batacazos con el Farfisa
con rabia añadida.
Imposible olvidar las caras de asombro: la irrupción escénica había sido tan
cómica que restaba cualquier trascendencia a la escena, pero por alguna razón ese
teclista largo y gafoso se había cabreado de verdad... cuando consideró que se
había desahogado lo suficiente –y el pobre Farfisa estaba ya hecho mierda– aban-
donó el lugar, eso sí, no sin antes dar una patadita a los despanzurrados teclados
“de verdad” para tratar de colar –sin ninguna convicción– que todo estaba en el
guión. Hay que reconocer que fue una putada lo que tuvimos que gastar en reparaciones,
que Joseba se llevó un disgusto de muerte, que el número no quedó todo
lo lucido que esperábamos... pero qué queréis que os diga, hoy es el día en el que
acordarme de aquello, aún consigue ponerme de buen humor.

XIV IRÚN INVIERNO DE 1985


El local, concebido para partidos de pelota a cubierto, retumba. Hay llenazo de
los antológicos. Los decibelios del ska-hardcore de Kortatu compiten con el griterío
general en una atmósfera densa de humos varios. En el otro extremo tres granadinos
tratan de hablar con Putre y conmigo pero no es fácil. Tampoco podemos
salir a la calle. Me he comprometido con los hermanos Muguruza a hacer coros en
una canción y tengo que estar al loro. Huele a meaos beodos.
-”Mu bie, habei etao de puta madre tronco”
Nos lo dice un gafitas melenudo auto presentado como Alexis. Han venido
desde el culo del mundo y parecen entusiasmados. La conversación es casi imposible.
Yo estoy con cuerpo post-actuación: ronco, medio turulato y con diversos
golpes de origen indefinido, recibidos dentro y fuera del escenario.
–“Tenemo un colectivo allá en Graná, en un pueblo que se llama Santa Fe, y queremo
organisá un fehti con utede”.
En esos instantes sólo de pensar en otro “fehti”, además en Granada, me entran
sudores fríos. La banda se ha dispersado por diversas áreas. Imagino que Tontxu
estará en la furgo con Ane, Ernesto vacilando por ahí y Javi y Txuzos andarán por
la tumultuosa barra. Muy cerca de nosotros, veo sentados en primera fila de gradas
a Jorge, Miren y Asun, ambas guapísimas con sus pelos tiesos, sus cueros y sus
collares de pinchos. Asun me mira y cuando reparo en ello aparta la vista como si
nada.
–“Tenemo la intensió de montá una semana de solidaridá vaco-andalusa y el
ahto finá sería con utede y algún grupo de allá”.
–“¿Perdona?”
–“E que... e imposible hablá aquí, ¿por qué no salimo un rato afuera?”
–“Es que tengo que estar pendiente, los de Kortatu me va a llamar para cantar
con ellos un tema. En realidad tendría que estar junto al escenario”.
–“¿Que?”
El polideportivo acaba de estallar en un grito unánime cuando desde el tablado
se anuncia el título del siguiente tema: “Revuelta en el Frenopático”. Suenan los
primeros acordes de guitarra y al entrar bajo y batería, una abigarrada masa de
cabezas inicia un espasmódico baile colectivo. El Putre, con bastante más garganta
que yo, toma las riendas de la conversación.
–“El problema es que nosotros alquilamos la furgoneta, los focos y el equipo
exterior. Para ir a Granada tendríamos que buscar otro sistema”.
–“E imposible entendé nada, déjalo, luego hablamo. Hate un mai Eladio”.
Eladio, otro de los granadinos, se pone manos a la obra mientras los demás enfocamos
nuestra atención hacia el show general. Me apoyo en la pared y localizo un
nuevo dolor en la espalda, supongo que de algún batacazo contra el mástil de guitarra.
Realmente el frontón cubierto es un gigantesco frenopático. Fermín
Muguruza recita con ojos muy abiertos las esquizoides frases de la canción anunciada:
“Revuelta en el frenopático / El hombre del tiempo ahorcado / Y todo por
haber jugado al telediario / La asamblea de majaras se ha reunido / La asamblea de
majaras ha decidido...” Un bramido inmenso contesta entusiasta: “¡Mañana sol!” y
Fermín retoma: “Y buen tiempo”. Otra vez el océano de cabezas saltando espasmódicas.
Es evidente, nosotros hemos cumplido y nos han pedido un bis, pero lo
de Kortatu es todo un fenómeno sociológico. Cuando estoy empezando yo también
a lucubrar sociología de bar, me entran a saco dos chavales con cara de excitación
enarbolando un katxi de cerveza recién adquirido:
–“¡Hostias tío! mira, el Moso, está aquí, de puta madre tío, joer, vaya hostia que
te has metido cuando te han enganchao el pie ¿eh?”
Es cierto. Un gordo se ha pasado la actuación intentando agarrarme de los tobillos
para lanzarme al público. No lo tenía fácil pues estaba encaramado a una valla
de protección, pero al final el mamón me ha hecho volar por los aires y no me he
abierto la cabeza de puto milagro. Tampoco tengo muy claro cómo he vuelto a
subir a escena. Creo que me han reincorporado entre varios. Ultimamente se ha
puesto de moda lo de lanzarse en plancha sobre la multitud. Lo hacen algunos
músicos y muchos espontáneos. Yo también me lancé en algún ataque de euforia
pero ahora me lo pienso. Hace bien poco la peña se apartó y un desgraciado dio con
sus morros en el puto suelo. Se rompió el tabique nasal y las dos muñecas.
–“Oso ondo Zarama, oberena Gazteizko Gaua”
Otros bolingas con el mismo rollo. Seguro que es la única canción que conocen.
Son dos personajes que me escupen al farfullar, uno en euskara y otro en castellano.
Desearía que se volatilizaran. Para rematarla el katxi cae al suelo a consecuencia
de un empujón y revienta estrepitosamente pringándonos a todos de cerveza.
La madre que los parió. Por alguna razón la vista se me va hacia Jorge y las chicas.
Asun se está partiendo de risa con la escena de los dos borrachos agobiándome.
De pronto mi nombre es citado por altavoces. ¡Hostias! es Fermín presentándome
y yo en el quinto coño. Comienzo una carrera alocada entre figuras fantasmales
que protestan a mi atropellado paso. Cada vez es más difícil. Llega un momento
en el que la masa está tan abigarrada que hay que empujar con ganas y disculparse
sobre la marcha. Un tío se mosquea porque molesto a su chica al pasar, otro
ve las estrellas cuando le piso y se caga en todos mis muertos. Es como una pesadilla.
Parece que Fermín me vuelve a reclamar a gritos, esta vez con cierta premura
no exenta de cachondeo:
–“Roberto cabrón ¿dónde coño estas?”
–“¡Aquí!”, voceo con todas mis fuerzas, intentando abrirme paso. Apenas se
altera nadie. Otro montón de mastuerzos ha gritado lo mismo que yo pero en plan
gamberro. El tema empieza sin mí y eso me saca de quicio. Avanzo ya sin respeto
ninguno, me abro paso con codos, uñas y dientes, me arriesgo abiertamente a que
alguno de los afectados me suelte una hostia pero el factor sorpresa retarda las
reacciones. Me toca cantar en el estribillo y ya han comenzado las primeras estrofas.
Me doy de bruces contra la valla protectora, intento treparla ante el pasmo de
los que están apostados en ella, ya sólo me falta saltar desde ese punto hasta el
escenario, Fermín me ha visto y ha levantado sus expresivas cejas como diciendo
“¡Hostias!, mira éste por donde sale!” intento impulsarme y se produce el desastre.
La valla se desequilibra, los que estaban apoyados y otro buen contingente de
filas posteriores se derrumban con ella, el mundo se abre a mis pies, caigo en tijereta sobre un quejumbroso colchón humano del que surjo como malograda Ave
Fénix. Vislumbro de nuevo la cara de Fermín y esta vez es pura estupefacción.
Alcanzo por fin el escenario, apoyándome en un bulto que protesta y me incorporo
por los pelos al dichoso estribillo: “Hi, burges madarikatua / Ez duzu inoiz ezer
ulertuko / Zuretzat kalean gertatzen dena / Beti besteen arazoak dira” (“Tú, maldito
burgués / Nunca entenderás nada / Para ti / Lo que ocurre en la calle / Son siempre
problemas de otros”).
Los tres Kortatus me miran divertidos, los damnificados por el desastre se reincorporan incrédulos a la realidad, alguno de ellos me enseña con saña su dedo
corazón. Por fortuna se trata de una canción arrolladora y todo se dispersa en un
nuevo mogollón de saltos. Con el esfuerzo vocal se manifiesta una nueva punzada,
esta vez en la sien. Sí, creo que mi cabeza ha chocado en su caída con algo duro, un
codo, o quizá la puta valla, no sé... Al final el número no queda tan mal. Fermín me
despide con cierta coña y noto un rugido, quiero pensar que de aceptación.
Misión cumplida. Necesito salir a la calle. Me pitan los oídos y hay algunas
zonas de mi anatomía –pocas– que no me producen dolor. Atravieso los vestuarios
y voy a parar, por una puerta trasera a un campo de fútbol sumido en brumas nocturnas
de marzo. Se escucha el estruendo interior pero muy amortiguado, tanto
que se confunde con el plácido canto de las hojas mecidas al viento. Me siento en
la fría grada de hormigón y me invade una agradable sensación de alivio. No pienso
nada. No tengo con qué. Todos los esfínteres se van aflojando. Noto mi corazón
que va menguando el ritmo de sus latidos y tanta paz de golpe me va sumiendo en
una agradable somnolencia. No sé cuanto tiempo permanezco en el nirvana. Sólo
advierto que voy recuperando la conciencia cuando reparo en que me estoy quedando
tieso de frío. Estoy con una puta camisetilla y con los pantalones empapados
de cerveza. Soy serio candidato a una pulmonía.
Me levanto y me dirijo despacio hacia la furgoneta, justo al otro lado del frontón.
La noche cerrada y la niebla ayudan al anonimato y ninguno de los grupos de
beodos que revolotean por los alrededores del frontón repara en mi presencia. Por
suerte la furgo está vacía. Me voy a tumbar un ratito y además me voy a tapar con
la mugrienta manta que siempre nos acompaña (no sé como no hemos pillado la
sarna o algo peor). De pronto escucho mi nombre y doy un respingo. Jorge y las
chicas se me acercan sonrientes.
-“¡Dónde coño te metes tío!”
Se están partiendo de risa. Han presenciado desde la grada mi carrera de obstáculos
y les ha hecho una gracia terrible, la verdad es que ya en frío, a mí también
me entra el descojono de verme retrospectivamente en semejante marrón. Mis
ojos se vuelven a cruzar con los de Asun y esta vez sé que el destino inmediato me
depara sacar fuerzas de flaqueza. Será un placer.

XIII THE END


Esto ocurría en el 84 y el grupo desapareció en Julio del 95, es decir, hubo 11 años
más. En este largo recorrido ocurrieron algunas otras cositas, claro. Muy poco después de lo de Eibar empezó a trabajar con nosotros Tontxu Tabares, que antes
tocaba con Neurosis. “La Hormiga Atómica” –como le llamamos cariñosamente
para tocarle las pelotas– introdujo en la banda un importante afluente que le faltaba:el “guitar-killer”, hijo del Heavy Metal, estilo que en la margen izquierda ha sido siempre una institución.
Con él dejamos de preocuparnos porque ciertas canciones sonaran “vacías” y en
contrapartida lo de llegar tarde a las actuaciones se hizo más preocupante que
nunca, haciendo aumentar más si cabe nuestra lista de amigos. Al principio, cuando
era “el nuevo”, Tontxu hacía caso de nuestras indicaciones y se reprimía de
meter caracolillos guitarreros. Nosotros le indicábamos que hiciera “motosierras”
y él, obediente, cosía las canciones de chirridos abrasivos. A medida que se fue
confiando, ya no hubo Dios que le parara. El Ritchie Blackmore que llevaba dentro
se desató en todo su esplendor y llegó al orgasmo en “Binilo Bala”, nuestro último
elepé, que produjo él mismo y en el que metió 35 guitarras diferentes (con las que
se fotografió orgulloso).
Tontxu, en un principio, fue fichado con la intención de que introdujera algunos acordes de refuerzo en “Gaua Apurtu Arte”, nuestro segundo disco, pero claro,
una vez grabados, había que reproducirlos en directo, de lo contrario se notaría el
vacío. Nuestro flamante fichaje ocupaba buena parte de sus horas en investigar
con el instrumento mientras Txus se dejaba las pestañas tratando de sacar sus
oposiciones a Correos. De una forma natural, se fue erigiendo en jefe de la sección
“seis cuerdas” y Txus pasó de darle orientaciones a recibir lecciones, y lo hizo sin
inmutarse, el hombre de piedra es así.
Aquel “Gaua Apurtu Arte”, donde Tontxu aportó sus primeros “riffs” lo grabamos
en un idílico paraje de Las Landas francesas. Todo el mundo acudió con su
respectiva novia menos yo, que compartí habitación con Oskar Amezaga y unos
cuantos cómics de Milo Manara aportados por el estudio. Los estudios de
D’Manoir tenían tantos alicientes extra musicales –caballos, lanchas, cenas– que
daba verdadera pereza meterse a grabar en aquella cueva. Para colmo, el técnico no
tenía ni idea de ningún otro idioma que no fuera francés. Ernesto, que se defiende
bien, fue nuestro intérprete y ya se sabe, traductore=traditore... como traducía lo
que le daba la gana, en la práctica casi fue el productor. Nos quedó un disco un
tanto irregular pero con algunos cortes interesantes: “Bidea Eratzen”, “Norbait” y
“Biharamuna”, por ejemplo. También incluiría “Oianone”, canto al polvazo sublime
firmado por el poeta Jon Mirande. Años después me enteré de que era de ideología
nazi... una vez más habrá que separar al autor de su obra.
Entre “Indarrez” (1984) y “Gaua Apurtu Arte”(1985), y en nuestra línea de sembrar
la confusión, publicamos: “Altos Hornos de Vizcaya” (1985), producto de la
amistad surgida con un personaje irrepetible: Antonio Curiel, alias “El Curi”. Leo
ahora reseñas elogiosas en suplementos dominicales y páginas “web” de su magistral
disco en solitario “El Curi en La Habana” y me siento aún más orgulloso de
aquel episodio, no sólo porque ahora, por fin, el hombre saborea mieles triunfales,
también porque entonces tuve que aguantar muchas críticas y muchos comentarios
despreciativos por el hecho de juntar nuestra banda con alguien tan poco
“moderno”, un resto del Madrid de los cantautores que –me decían– “viene aquí
porque no tiene donde caerse muerto”.
El Curi se me apareció cierta tarde mientras yo hacía el programa “Tratamiento
de Shock” junto a Agustín Benito en Onda 3 de Portugalete. Era un personaje de
edad indefinida, salido directamente de las páginas del “Lazarillo de Tormes”, todo
vestido de negro, con piel terrosa, unas gafas de sol marrones anti-fashion y un
taco de libros auto editados bajo el brazo. “Los traigo por si podríais vender alguno
desde la emisora”. Hojeando aquel emotivo texto conocí la historia de un hombre
comprometido en mil batallas y al que la suerte había dado la espalda justo en
el momento que tocaba recoger los frutos. A consecuencia de un desgraciado accidente de tráfico, estuvo largo tiempo hospitalizado y perdió un ojo. En ese periodo,
muchos de sus compañeros de batallas, con los que había compartido las luces
y sombras de la bohemia madrileña empezaron a ser reconocidos: Pulgarcito, con
el que vivía, Miguel Farnox, con el que fundó “La Teta Atómica”, el propio Joaquín
Sabina con el que tantas veces le dieron las dos y las tres...
Después de aquel primer encuentro me lo encontré otra vez en Madrid, en el
barrio de Malasaña y así, poco a poco fuimos entrando en confianzas.
“El Curi” no caía por aquí “en paracaídas”. Además de contar con parientes en
Portugalete, él había estudiado en Donosti y mantenía una corriente de simpatía
hacia la tierra. Tal es así que estaba empeñado en el proyecto de hacer un disco en
euskara. Dándole vueltas y vueltas al asunto, al final propuse a la banda que nos
involucráramos y tras algunas reticencias se animaron, sobre todo por la buena
química personal surgida con aquella especie de “buscón” contemporáneo. El
resultado fue sorprendente. Mariluz, cantante de Neurosis, también se unió a la
fiesta, saliéndose de su habitual registro heavy y lo cierto es que tengo especial
simpatía por aquel mini-elepé porque fue la primera vez que sonábamos a nuestro
entero gusto. Le pusimos Altos Hornos de Vizcaya, así, tal cual, porque era
una especie de factoría de ideas donde también participó gente de Bahía de
Kotxinos y el escritor y periodista Jesús Etxezarraga, compañero de la emisora y
fan confeso del “blusero” de Valladolid.
Para aquel proyecto El Curi no tenía suficiente presupuesto pero ideó una fórmula
que después calcaron otras muchas bandas: “Los Bonos de la Banca
Vaticana”, una especie de “aval” por el cual, te comprabas varios ejemplares del
disco antes de ser grabado. La fórmula, obviamente, tampoco tenía todas las
garantías de funcionar, si lo consiguió fue porque la práctica totalidad de la redacción
de Radio Euskadi, donde yo trabajaba, compró su correspondiente bono.
De aquel disco surgió una nueva banda, precisamente Altos Hornos de
Vizcaya en la que El Curi, pasó directamente de las humeantes penumbras de los
pubs “progres” a un estilo de provocación punketa absolutamente personal. Aún
no me explico cómo salió vivo de esa. Un hombre con aspecto de tener muchos
años (jamás he conseguido sonsacarle cuantos, pero siempre le he visto el mismo
aspecto) salía vestido de sacerdote –él había estudiado en el seminario– y jugaba
con el equívoco hasta provocar auténticos tumultos. En cierta ocasión, en fiestas
de Bilbao se lió a decir que eran partidarios del Ku Klux Klan y que había que acabar
con los negros. Era el paso previo al incendio del retrato de Botha, el último
presidente del apartheid sudafricano. Pero hasta que quedó claro el juego llovieron
millones de botellas y una se estrelló en la cabeza del sufrido bajista Javi Losa.
Aquel mismo día le obligó a cambiar el “ingenioso” número.
Tras un par de elepés y un single navideño glorioso (“Adeste Fideles”) El Curi se
aburrió de Euskadi y volvió a Valladolid, a sus raíces castellanas, para montar la
banda Buitres del Pisuerga con los que anduvo rulando una buena temporada,
llegando incluso a llevárselos de gira a Cuba, donde hay pocos pero muy entusiastas
rockeros. No fue casualidad. Desde las primeras conversaciones que tuve
con él, ya soñaba con retirarse algún día a la isla. Un buen día se largó y dejé de
tener noticias suyas, hasta que pasados los años apareció por la radio con una
maketa: “El Curi en la Habana”, que respiraba optimismo. Resulta que el tío se
había establecido allí, tenía una relación con una cubana preciosa y se iba buscando
la vida con su pensión y actuaciones esporádicas. Las increíbles carambolas que
a veces hay en la vida quisieron que su amiga, la cantautora zamorana María
Salgado le pidiera la maketa, ya que ella estaba buscando material para un disco de
habaneras con la discográfica “Nube Negra”.
Responsables del prestigioso sello de músicas de raíz se interesaron por ese
curioso personaje y decidieron apostar por él. Cuando Antonio Curiel había olvidado
cualquier intención de continuar su carrera musical se vio de pronto grabando
un discazo de salsa con alarde de producción y músicos –entre otros– del
Septeto Santiaguero. Un pedazo trabajo publicado en varios países. Me cuesta
creer que sea su última sorpresa. Curiosamente a él le hace gracia que le comparen
con los personajes de la picaresca y presume de ser “el único gallego que ha
jineteado a los cubanos”, pero esto, que está bien como gracia, no se corresponde
en absoluto con su comportamiento personal, siempre escrupulosamente legal.
En el 88 publicamos “Dena Ongi Dabil”, para mí nuestro trabajo más completo.
Tanto la canción que da título al disco como “Elkarrekin” eran obra, en buena
medida, de Josu “Eskorbuto” Expósito. Las sacamos en una mañana tonta de lluvia,
como tantas en esta empapada tierra, casi jugando, en el local de ensayo. Las
letras y el acabado final vendrían después. Lo de “Elkarrekin”, cuyo texto hablaba
precisamente de la angustiosa sensación de ir viendo como un amigo se echa a perder,
fue desgraciadamente premonitorio. El disco lo grabamos con la discográfica
donostiarra Elkar Diskak. Las razones del cambio fueron variadas pero la que
más pesaba sin duda, era la posibilidad de mejorar nuestras condiciones, algo que
en esta vida, siempre tiende a gustarnos. José Mari Goikoetxea, que entonces llevaba
las relaciones del sello con los músicos, nos ofreció un panorama sugestivo:
horas de estudio sin límite, Jean Phocas como técnico, viajes y comidas a cargo de
la casa, buena distribución y un razonable porcentaje sobre los discos vendidos
¿qué más se puede pedir? Lo cierto es que José Mari, un tiarrón de Zaldibi con
barba cerrada y carcajada fácil tenía un cierto empeño personal en fichar a alguna
de las bandas que iban surgiendo y que estaban capitalizando los navarros del sello
discográfico Soinua. Elkar Diskak había llevado una posición puntera hasta el
surgimiento del R.R.V. y en ese momento andaban un tanto desorientados.
Por primera vez supimos lo que era grabar con mimo y sin prisas. José Mari era
además, el paradigma del vasco con palabra. No hacía falta firmar nada, lo que se
hablaba se cumplía y punto. Así fue con “Dena Ongi Dabil” (1988), “Bostak Bat”
(1990), “Sexkalextrik” (1992) y “Binilo Bala” (1994), que grabamos cuando José Mari
estaba a punto de morir y nadie teníamos ni idea de su enfermedad. Sí nos extrañaron
las urgencias de su boda –cuando no le conocíamos novia alguna– y el mal
aspecto que se le iba poniendo de un día para otro. También nos sorprendió lo
mucho que se emocionó con “Txatxo” la versión que incluimos en el disco de un
temazo del grupo de Asturies Los Berrones sobre un muchacho retrasado que se
fue de este mundo “sin haberlo probado”. Un gran tipo José Mari Goikoetxea.
“Dena Ongi Dabil” coincidió con una etapa muy “informativa” de mi vida laboral.
De pronto, el nuevo equipo directivo de EITB (Radio Televisión Pública Vasca)
con José María Gorordo a la cabeza, decidió convertir la radio pública vasca –versión
castellano– en una radio fórmula musical espolvoreada de noticias. Los que
formábamos la plantilla original pasamos en bloque a informativos y el grueso de
la programación se confió a disck-jockeys fichados de los “40 principales”. Fue la
época en que desembarcaron por la emisora Patricia Gaztañaga, Jon Uriarte, los
hermanos Herranz, Ramón García e Imanol Reino, entre otros.
Mis nuevas tareas me arrancaban del cálido nidito donde yo cocinaba mis sketches
y seleccionaba mis musiquitas para pasar ahora a chupar cientos de plúmbeas
ruedas de prensa, tensos funerales y taquicárdicas manifas con sorteo de hostias
incluido, sólo por citar algunos ingredientes del nuevo menú. Era además un
periodo especialmente convulso, en plena reconversión industrial y lo mismo me
tocaban los tiragomas de los Astilleros de Euskalduna, que pasar la noche con los
huelguistas encerrados de Transportes Colectivos.
Ni que decir tiene, que mi doble condición de periodista y rockero me sumía a
veces en situaciones imposibles. En cierta ocasión, estuve largas horas en las oficinas de Magistratura, en Bilbao encerrado con los obreros en huelga de
Transportes Colectivos. En una habitación contigua, los representantes sindicales
y la dirección se consumían tratando de llegar a un acuerdo que finalizara el ya
largo y problemático paro. Como es lógico entablamos conversación y pasado el
rato llegó a haber cierta confianza y hasta complicidad, al fin y al cabo muchos de
ellos eran también de Santurtzi y alrededores. Cuando se abrió aquella puerta los
primeros en aparecer, con las caras muy serias, fueron los sindicalistas. Yo me
imaginaba que acto seguido aparecerían unos tipos con pinta de opíparos empresarios
capitalistas, pero no, lo que surgió de la sala fue un abogado jovencito, que
126 The End en cuanto me vio empezó a gritar: “¡Hostia Roberto!, el otro día estuvisteis de puta madre en Durango, sí señor, que pedazo concierto”... Varias miradas proletarias se clavaron en mi nuca incapaces de entender qué pasaba ahí... el propio letrado les informó enseguida... “¿no le conocéis o qué? Este es el cantante de Zarama...nada, ni idea”. Para acabar de rematarla se dirigió a mí en euskara con aires de connivencia:
“hauek trenak ekarritakoak dira ” (“a estos los han traído en tren”).
“Dena Ongi Dabil” fue un disco con muchas colaboraciones “radiofónicas”.
Iñaki Berazategi aportó las voces de La Pasionaria, Txomin Iturbe, etc. que tenía en
su archivo, Armando Duque hizo el montaje del sonido, Jon (Gaizto) Etxebarri e
Idoia Jauregi fueron en esta ocasión los que ayudaron a “jatorrizar” mi vascuence,
Jon Uriarte me hizo los dibujos de contraportada, Eli Erezuma preparó los textos y
tanto Jesús Etxezarraga, como mi compañero de batallas nocturnas, Jorge Cerrato
aportaron sendos textos para “Kilikiliz Kill Nazazu” y “Erreginen Tronua”.
Saliendo ya de la emisora, el escritor y poeta Edorta Jimenez aportó el etílico
“Azken Portua”, el resto de las letras fue elaborado en Granada, en un pueblo situado
a quince kilómetros de la capi: Santa Fe. Fueron días de paz y concordia en absoluta
comunión con la naturaleza. Alexis, un amigo granadino que por alguna
extraña razón adoraba nuestra banda, me invitó a pasar unos días en su casa.
Mientras él trabajaba, haciendo verjas con su padre en el taller familiar, yo, en la
terraza, con una inmensa extensión de cultivos por delante, y la silueta de Sierra
Morena recortada en el horizonte, iba entretejiendo aquellos versos tan influidos
por el torbellino de vida que llevaba: el grupo, los informativos, la soltería golfa,
después de una larga relación... venía además de pasar quince días en el hospital
de Figueres, donde había terminado mi intento de vacaciones en lo que entonces
se denominaba Yugoslavia. “Hernia de Hiato” me dijeron, lo cierto es que tras la
ingesta de una brocheta me lié a vomitar de forma imparable hasta dar con mis
huesos en urgencias.
El “Dena Ongi Dabil” estaba dedicado a otros dos compañeros Mikel Camio y
Jon Etxebarria (Alkate), en homenaje a tantas noches de cánticos y risas. Un mal
día, sin que nada lo hiciera previsible, Mikel murió súbitamente acojonándonos a
todos. El mismo día de su funeral conocí a Amaia y muy pocas semanas más tarde
ya estaba viviendo con ella en Bilbao, en el populoso barrio de Rekaldeberri. Estuve
tocando el cielo varios meses, entonces murió mi padre, justo cuando por fin, el
hombre podía disfrutar de la jubilación. Al parecer nadie tiene derecho a demasiada
felicidad seguida.
En la lista de abundantes e ilustres colaboraciones hay que añadir a mi primo
Luis Izquierdo-Moso como fotero mayor, a los videolaris Gurutz y Jesús Mari Arruabarrena (“Bihotzak Sutan”) y Jon Koldo Berlanga (“Kilikiliz Kill
Nazazu”) así como a Javier Muguruza, que introdujo con mucho gusto acordeones
en “Kilikiliz Kil Nazazu” y en “Zoaz Euskal Herrira”. Con tanto gusto lo hizo que de
nuevo nos vimos con el mismo problema: ¿Cómo lo llevamos ahora al directo?
Tontxu, el más relacionado con otros músicos de todos nosotros, apareció en un
ensayo con un tal Joseba Lafuente, un tipo extralargo, gafoso y con rizada melena
de peluquería. Era de Portugalete, del barrio de Repélega y tocaba los teclados en
un grupo llamado Susie Sexy, lo cual me ahorra ya cualquier descripción.
Como no teníamos demasiado tiempo para “castings” y el hombre bordó lo que
se le pedía, decidimos incluirlo en la “troupe”, aunque eso sí, tocaría sus dos “acordeones”al teclado y punto.¡Qué ilusos! La vía de los hechos siempre te lleva por otros derroteros. Para empezar Joseba estaba ahí cuando íbamos componiendo los nuevos temas e inevitablemente sus teclitas se iban introduciendo sutilmente
aquí y allá, para seguir, los viajes en furgoneta alcanzaron una nueva dimensión
con la introducción de su mini cadena (Thin Lizzy, Rainbow, Deep Purple...)
y sus esfuerzos desesperados por integrarse en nuestras costumbres. Comprobada
nuestra afición a los chistes –y sus nulas dotes para la materia– se compró un libro
titulado “Los cien mejores chistes y su explicación” en el que podían leerse cosas
así: “¡Papa pan!, y le mató: La gracia de este chiste consiste en la comicidad inherente en el parecido entre pan (alimento) y ¡pan! (onomatopeya) que produce en el
oyente una confusión momentánea causante de hilaridad”. Hoy es el día en el que
sigue soportando cachondeo al respecto. Con el tiempo Joseba nos llenó el escenario
de tantos chismes que parecíamos los Emerson, Lake & Palmer. Las pruebas de
sonido se alargaron hasta la exasperación porque siempre había algún teclado que
se negaba a sonar. Si no le estrangulé en más de una ocasión es porque –había olvidado contar el detalle– también remaba en Kaiku. De todos modos a él se debe la
deliciosa parte instrumental de “Iñaki” y trabajos tan potentes como el de
“Kostako Bidea” o “Idoloak Hil”. Eso sí, sigue sin contar bien los chistes.
Habituales sufridores –y animadores– de la furgo fueron también Nano, Javi,
Skinfu, Afi, Karazo, Nene, Gabi y otros parroquianos de nuestro “Cheers” particular,
el bar “La Herradura”.
En el 90 grabamos “Bostak Bat”, y aunque nadie en el grupo comparte mi opinión,
para mí fue un disco fallido. Desde el principio teníamos claro que debíamos
hacer algo diferente, no podíamos conformarnos con otro “tutti-frutti” de canciones,
había llegado el momento de hacer nuestro “Quadrophenia”. La primera idea
que se barajó giraba en torno a la mili. Ibamos a recrear la historia real de un
muchacho que se escapó del castillo militar para ver a su novia, robó una moto y
la policía lo mató tras una persecución espectacular. El noventa fue el año en el que
se extendió con fuerza la palabra “insumisión”. Nadie daba entonces un duro por
aquellos chavales capaces de enfrentarse a una institución tan poderosa como el
ejército. Muchos sentimos la necesidad de apoyar aquello, nos auto inculpamos
públicamente de haber inducido a insumisos e incluso fuimos a declarar como
testigos, pero la “opera rock” no funcionaba. Por más vueltas que le daba, la historia del desertor me resultaba demasiado melodramática y un tanto demagógica. Al
final decidimos centrar nuestro apoyo en una canción “Guda eta Pakea” y hablar en
las demás de otras cuestiones dignas de respaldo: feminismo (“Txakurremea”),
ecología (“Mokordo Ibaia”), la cárcel (“Grakaz”), etc. Todo se enmarcaba en un
mundo futuro donde una maestra de escuela relataba la mierda en la que ahora
vivimos. La verdad es que al final quedaba un sabor de boca un tanto “guay”, como
diciendo: “que chicos mas majos, cuantas causas justas apoyan”. La propia “Bostak
Bat” y nuestra única incursión en la música de baile: “Dominus Bobiskum” fueron
lo único que salvaría. El vídeo de la canción estrella, obra de Mikel Clemente, ganó
el premio al mejor video-clip euskaldun en el Festival de Vídeos de Vitoria-Gasteiz.
Al año siguiente hicimos la de “Iñaki”. Mucho antes de llegar a componerla, yo
ya tenía el estribillo en la cabeza: “Iñaki, zer urrun dagoen Kamerun” (“Iñaki, qué
lejos está Camerún”). Como todas nuestras mejores canciones, salió casi de un
tirón, aprovechando una tarde de “buen rollito” compositor. En nuestra banda eso
era fundamental. Como todas las hacíamos entre todos, las canciones eran algo así
como si practicáramos sexo. Si había buen “feeling” y hambre de sacar algo bueno,
tras unas cuantas horas machacando se llegaba al orgasmo, en este caso materializado
en una “cojocanción”. En cambio como empezáramos a renquear y a desconfiar
del prójimo podíamos tirarnos dos meses tratando de completar un churro
infumable.
Convencimos a José Mari para sacar un “maxi-single” (era la época en la que
hacían furor), previo al siguiente elepé y eso nos permitió dedicar largas horas de
estudio a completar un par de temas. Cesar Ibarretxe, que ya había sido nuestro
técnico en “Bostak Bat”, se había quedado con las ganas de producirnos algo que
nos dejara a todos satisfechos y se lo curró a fondo. La canción funcionó a las mil
maravillas, fue número uno, por votación popular, en la lista de la recién inaugurada
emisora “Euskadi Gaztea”, canción recurrente para todo tipo de “karaokes”
autóctonos y sin duda nuestro más reconocido hit. Todavía me la cantan a veces
por la calle, a modo de saludo.
Los “Iñakis”, aquellos vendedores ambulantes de origen africano, eran muy
familiares en el paisaje de los años noventa. Hombres fornidos, cargados hasta lo
imposible y que hacían largas caminatas vendiendo su extraña quincalla.
Llegaban a un bar, exponían en dos minutos todo el género y cuando el dueño del
establecimiento se cansaba eran expulsados sin contemplaciones. Se reproducía
entonces la escena de la conocida copla: “Ella me dice que a cuatro / Yo le digo que
a seis / Cojo la cesta y me marcho / Sardiña freskue”. Eran, sin duda, los herederos
naturales de las míticas sardineras que antaño se recorrían a pie los quince kilómetros de distancia que separan Santurtzi y Bilbao.
En el 92 llegó “Sexkalextrik”, donde nos sacamos buena parte de la espina clavada
con el “Bostak Bat”. En el tema principal, el protagonista es un obseso sexual que
muere en un orgasmo monumental, sin más. También hay una aventura amorosa
en el Caribe –lamentablemente, imaginaria– con una tal Magali, un nombre precioso
que escuché por allí y que sirvió después de inspiración para escoger el de mi
primera hija (no se admiten opiniones negativas). Tanto en este, como en el
siguiente trabajo, decidimos presentarnos tal y como éramos, sin sentirnos obligados
a responder al tópico de “radicales” y admitiendo nuestros cambios y contradicciones,
porque en nuestro seno no había desde luego “pensamiento único”.
Además, aunque a veces discutíamos, Zarama era un grupo donde dominaban las
risas y los comentarios golfos y eso se tenía que plasmar también en las canciones.
Nada más grabar “Sexkalextrik” nos dejó nuestro bajista oficial Javi Alvarez.
Llevábamos una temporada tensa. Resulta que se había echado novia y estaba tan
coladito, que nuestras animadas conversaciones sobre los polvazos que echábamos
a las mujeres ajenas se vieron directamente afectadas. El, que con su anterior
relación no tenía ningún problema en sumarse a las ilusorias orgías verbales, de
pronto se ponía estupendo y nos llamaba envidiosos... estaba convencido de haber
enamorado a Leticia Casta. Era insufrible. Hicimos un viaje en tren a Barcelona
para actuar en una sala. La idea del tren estaba precisamente encaminada a crear
un clima de convivencia. Un viaje tan largo doblados en la furgoneta habría sido
agotador. Javi no quería ir. Tenía miedo de perder a su novia y se notó. Hizo tantas
llamadas, que la Compañía Telefónica subió en la bolsa, y con nosotros anduvo
morrudo e irascible. Poco después su familia se hacía cargo de un bar y su presencia
(ya un tanto renqueante) se hizo imposible.
Diez años después de la mili, Javi Losa volvía a sumarse a nuestra “disciplina”,
aunque lamentablemente por muy poco tiempo. Tras dos o tres bolos, su trabajo
le impidió seguir y nos vimos obligados de nuevo a buscar bajista. Una vez más
hubo suertecilla. La reciente desaparición de Yo Soy Julio César, una de las más
contundentes (y curiosamente también caóticas) bandas que diera la prolífica olla
de Barakaldo, dejaba libre a Alfonso Herrero, su carismático (y ligón) bajista. Tras
abrir nuestra política de fichajes hasta admitir jarrilleros (dícese de los de
Portugalete, que siempre le han dado bien a la “jarrilla”) dábamos un nuevo salto
mortal para irnos hasta Barakaldo a fichar a un cantabrón: ¡el acabose!
Actualmente Alfonso combate por su kurruxko en la selva de Barcelona.
Cuando se enteró de mi intención de hacer un libro sobre la banda, en el que “saldría
poco” (ya sabéis todos porqué) me envió el siguiente mensaje:
«¿Que me sacas poco en “Zarama Times”? ¿A qué se debe eso si ya estaba yo en
vuestro primer concierto fuera de las fronteras de Santurtzi? Sí, en el frontón de
Paules ¿no tacuerdas u qué? Allá estaba yo con mi amigo Lamberto y nuestras amiguitas
admirando la elasticidad rítmica del “Muelle” Txuzos (Txus), mientras
Porrón (Javi) metía todas las notas de la escala en cada tema, un guaperas perturbaba
a las nenas desde detrás de los deslumbrantes platillos de hojalata y tu melódico
berrido marinero atronaba en el frontón de nuestro casto y bienhablado establecimiento docente-penitenciario. Inolvidable de veras. La huella indeleble de ese concierto orientó mi carrera musical hacia el nihilismo más destructivo, a sabiendas de que las más altas cotas estaban ya alcanzadas y tomadas para la eternidad».
Así que hicimos el “Binilo Bala” (“Bala de Vinilo”), un nombre que pretendía
hacer un juego de palabras en base a “hilo bala”, pero resulta que el “hilo bala”, que se usa para embalar, no es tan conocido como yo creía y el “vinilo” cada vez
menos... La portada y uno de los cortes rendían homenaje a la figura de Urtain,
lamentable ejemplo de ídolo caído. En los últimos sesentas un campeón de levantamiento de piedra (antes aizkolari) fue tentado para la práctica del boxeo. Le animaron a partir de combates amañados y llegó a creérselo hasta ganar dos veces el
campeonato de Europa. Tuvo años de gloria, de palmadas en la espalda, de defensas
más o menos triunfales del título y en el 72, el alemán Jurgen Blin acabó bruscamente
con la línea ascendente de su carrera. Lo que siguió fue una trayectoria de
veinte años dando tumbos, llegando al ridículo de presentarse como estrella de la
lucha libre: “El Tigre de Zestona”. A partir de aquí todo fue muy triste, hasta que
ya en los noventa, arruinado y olvidado se suicidó tirándose por la ventana de un
hotel. Homenajear a Urtain era para mí homenajear a mi padre, que lo admiraba y
a una parte del pasado en la que nos unía una ilusión, trivial, es posible, pero que
al menos servía de tregua en la siempre incómoda dialéctica padre/hijo.
Con “Binilo Bala” colaboramos por fin con Manolo Gil, que por méritos propios
se había alzado con el título de “videolari” mayor del reino. Manolo y Mikel
Urdanoz nos hicieron la portada y los créditos así como un vídeo grabado en directo
con vistas a un proyecto de programa musical para ETB. Lamentablemente, el
clip durmió muchos años en algún almacén, hasta que ya en el nuevo milenio, seis
años después de nuestra separación, fue recuperado para un programa especial
sobre el rock vasco que montaron también en Iruñea.
Algún día del 94 me levanté de la cama con una idea clara: Zarama se tiene que
deshacer y lo tiene que hacer bien. No había ninguna causa especial y a la vez se
daban varias: la separación de Hertzainak nos había dejado un tanto “viudos”,
la distancia generacional con nuestro público era ya excesiva, los viajes se hacían
cada vez más pesados, las entrevistas promocionales post-disco me producían
arcadas y sobre todo, lo mismo que hay que saber crecer, hay que saber morir,
dejar “un cadáver agradable” y no un mal recuerdo. Lo cierto es que en la banda a
todo el mundo se le pasaba por la cabeza, pero nadie tenía las suficientes agallas
para proponerlo. Un día, tras el ensayo, repartí un sobre a cada uno con una carta
personal explicando mi postura. Venía a decir simplemente lo que he escrito unas
líneas arriba: que ya era hora. Si en su día nos hubiéramos hecho profesionales la
decisión no sería tan sencilla: “¿cómo? ¿qué al señorito le encoñan las presentaciones?
¿qué se siente alejado de sus fans?... mira guapo mis hijos comen todos los
días y este trabajo no es tan malo, podrías estas cavando zanjas ¿sabes? Si no te
sientes motivado ¡métete una fila de metro y medio mamón, vas a ver que juvenil
te pones!..”.
Si, cada grupo, como cada familia es una historia y todas las decisiones pesan.
Los hay que se tiran al vacío y se juegan el pellejo tras un disco brillante para después estrellarse y pagar las deudas con apuros. Otros alargan su biografía casi
tanto como su propia vida, viviendo sobre todo de hits que cada vez quedan más
lejanos en el tiempo. Otro caso típico es el de grupo que en realidad no lo es. El
carismático líder va cambiando la formación según se desvían de sus lúcidos proyectos.
Existe también otro prototipo muy repetido: el grupo nace, logra un éxito
inesperado y no lo puede digerir: mueren con un cadáver muy agradable...
El definitivo agur de la banda se produjo en Santurtzi, aprovechando la celebración
del “Ibilaldia 94” (actividad anual a favor de las Ikastolas). Vino tanta gente de
tantos sitios a saludar (algunos desde muy lejos) que llegó un momento en que me
creí en el centro de una pesadilla. La actuación, aunque muy currada, tampoco me
dejó satisfecho. Los domingos por la tarde nunca me he podido soportar a mí
mismo. No sé si es genético, psicológico o parapsicológico, pero es así.
Nuestra última polémica radicó en el show final. Queríamos hacer una representación
a la altura de las circunstancias: saldríamos trajeados todos excepto
Tontxu, que iría de monaguillo y Joseba que iría de Chamán. Sacaríamos, al ritmo
de una marcha fúnebre, un ataúd con el nombre de Zarama escrito en un lateral.
Yo propuse que fuera Tontxu el que saliera dando un bote del ataúd en plan Angus
Young... pero el señorito no quería, le daba “yuyu” lo del ataúd. A Txus tampoco le
hacía gracia y su comentario para animarme no pudo ser más cenizo: “El actor que
interpretaba a Superman, hizo de paralítico antes del accidente que le dejó en silla
de ruedas”. Al final, como no, salí yo del ataúd y (de momento) no he vuelto a
entrar, aunque la verdad, me acabó dando cierto palo estar ahí dentro.
Aquel extraño día estuvieron con nosotros El Curi, Jorge Cerrato y Lázaro
Fariñas, batería ocasional, colega y el que más lloró nuestra marcha, hasta el punto
que me vi en la absurda tesitura de tratar de consolar sus llantos desbocados.
También volvió a subir a escena Javi Alvarez para tocar algunos temas antiguos.
De hecho el decorado era una enorme foto de la primera formación, aquella con la
que una insólita noche de verano, en Eibar, nos sentimos dioses.

XII LO QUE PASÓ EN EIBAR

Era un día de reciente verano, viento sur, nubarrones parduzcos, calor pegajoso.
Ibamos tarde, como siempre. Que si uno se retrasa, que si al otro hay que llamarlo
porque se ha quedado dormido, que si “hoy le toca a otro cargar con el puto muerto
del ampli de bajos”. Volvió a salir, cómo no, el tema de los “pluses”. Txus, que
solía llegar puntual y se había cargado con el marrón de conducir la furgoneta, consideraba, y con razón, que debía establecerse una prima para la carga y descarga, de manera que no les tocara siempre a los mismos llevar los trastos al furgón y sobre
todo devolverlos al local de madrugada, cuando el cansancio triplicaba su peso.
Era un tema delicado. En los primeros emocionados bolos todos íbamos y volvíamos
juntos, era la novedad, la taquicardia de la ida y el excitante repaso de “susedidos”
a la vuelta. Pero con el paso del tiempo empezaron a aparecer los coches y la
posibilidad de alargar la noche. Tener que volver a la furgoneta y ejercer de porteador cuando estás relamiéndote en la gloria y disfrutando de unas fiestas es casi heroico.
Empezaron así a establecerse peligrosas rutinas. Unos “zaramas” pringaban
más que otros y el reparto de beneficios, si los había, era igualitario. Aquella delicada cuestión se zanjó satisfactoriamente unas semanas mas tarde: quien cargaba
y descargaba, más billetes se llevaba, así se evitaron los agravios comparativos.
Pero en aquellos días el problema estaba “al pil pil”. Un grupo de rock, como un
matrimonio o cualquier otra asociación, ha de evitar los abusos, de lo contrario la
unidad se resiente y se instala el mal rollo. Quizás una hamburguesería pueda funcionar con un alto margen de mal rollo, un grupo de rock no, no al menos si quieres que sea divertido y por tanto que siga transmitiendo simpatía.
Aquel día, por ejemplo, salimos tarde y con caras largas, dos lastres añadidos a
los nervios habituales pre-actuación. Tocábamos en Eibar, con los paisanos heavys
de Neurosis y con La Polla Records que no paraban de sonar con su elepé de
estreno. Cuando lo escuché por primera vez me recordó a La Banda Trapera
del Río y sospeché íntimamente que no se comerían una rosca, pero la peña, la
abundante nueva peña que iba llenando los conciertos, apenas conocía a los precursores del paleopunk ibérico y flipaba con los textos tajantes y ocurrentes de los de Agurain. Eran el grupo en estado de gracia, el que había merecido la última portada de la revista “Muskaria”, el que todo el mundo tarareaba por la calle. Hasta los “40 principales” se rendían a la evidencia y pinchaban sus canciones, presentándoles,eso sí, como "L.P." Records. Nosotros les conocíamos de mucho tiempo
atrás, de aquel vergonzante concurso en el que quedamos respectivamente últimos
y anteúltimos. En realidad los orígenes de La Polla Records se remontaban
a la misma era que los nuestros, pero ellos, agazapados en su pueblo, apenas se
habían dado a conocer y aparecían ahora como una banda recién estrenada, en
cambio nosotros, con nuestra estrategia de “que se hable de Zarama aunque sea
bien”, habíamos creado demasiadas expectativas durante demasiado tiempo. Esa
noche volvíamos a tocar con ellos, lo cual, en principio, era un punto ya que las
relaciones con Los Pollos siempre fueron buenas. No hacía mucho que habíamos
coincidido en Altsasu, cuando ellos presentaban su primer disco sencillo: “Diez
Perritos”, “El Alcalde”, “Y Ahora Qué”... una divertida bomba sonora. En la funda
se presentaban tal como eran: seis colegas gamberretes con gafas de plástico peleando
por comerse la cámara de fotos entre risas. En aquel festival Evaristo, su atómico
cantante, apareció con una cresta de mohicano tres palmos más prolongada
que el canon oficial y una chupa en cuyo dorsal podía leerse: “Mientras tú te ríes de
mí, el sistema te da muerte”.
Así que aquella tarde había viento sur, estábamos medio rebotados y actuábamos
en una plaza –en sentido literal, era una plaza de toros– importante: Eibar, “La
villa armera”, el segundo foco de población más importante de Gipuzkoa, la localidad
que conoció, años atrás, nuestro bautismo de fuego.
¿Existen los días aciagos? Lamentablemente, la respuesta ha de ser afirmativa.
Si pudiéramos, al final de nuestras vidas, contemplar las estadísticas de nuestra
existencia, ahí aparecería todo: días aburridos, fechas en las que no ocurrió nada
destacable, jornadas felices, dramáticas, inesperadas, históricas –el primer beso,
la pérdida de la virginidad... – y lamentablemente por algún lado aparecería ese día
en el que todo salió mal, desde la primera hasta la última hora, un encadenamiento
de circunstancias adversas que va creciendo como bola de nieve monte abajo.
Algo de eso ocurrió entonces.
Llegamos obscenamente tarde, claro. Todos habían colocado los equipos a su
gusto y habían probado sonido con tiempo. Nosotros llegamos cuando los técnicos
rabiaban por irse a cenar y estaban dispuestos a sonorizarnos como nos merecíamos:
deprisa, corriendo y mal. De esa precisa manera sacamos los trastos de la
furgoneta y los colocamos sobre el escenario, allá donde las otras bandas habían
tenido a bien dejarnos huecos. Uno de los “muertos”, el mastodóntico y odioso
ampli de bajos, se precipitó aparatosamente escaleras abajo por un fallo de coordinación entre Javi y el que subscribe. Tras evaluar la caída nos enzarzamos en una airada discusión sobre quién era el culpable del percance. Técnicos y organizadores observaban atónitos. El porrazo tuvo sus consecuencias, claro: el ampli de marras emitía durante la prueba un zumbido como de cortadora de césped, el
mismo –juraría– que en cualquier ensayo, pero Javi se empeñó en culpar al batacazo
e indirectamente a mí. La prueba de sonido fue exasperante. Txus pateaba sus
recién adquiridos pedales sin conseguir extraerles el menor sonido. Tras media
hora larga investigando posibles causas, se descubrió el misterio: dos cables defectuosos.
Los propios técnicos nos prestaron los “jacks” aunque con cara de preferir
estrangularnos con ellos. Ernesto se encontró ya montada la batería de Neurosis,
diseñada a la medida de unos heavys de reglamento. Para evitar pérdidas de tiempo
se llegó a una solución habitual: todos los grupos tocarían con la misma batería
pero cambiando la caja, que es lo que más sufre. El descomunal tamaño de
aquellos tambores podía inducir a engaño. En realidad la batería era del montón
pero de mayor aspiraba a ser la de Iron Maiden. Ernesto no se hallaba. Cada vez
que intentaba aflojar alguna palomilla, el dueño, apostado con plantas policíacas
a escasa distancia, ponía el grito en el cielo.
Estábamos a una hora escasa del comienzo y la prueba era imposible.
Anochecía, los nervios nos atenazaban, la comunicación entre nosotros era tensa
y malencarada, todo sonaba como el culo. Por desastrosa que pueda parecer la
situación, aún no había ocurrido nada.
En plena desesperación general, observo que un tío se acerca corriendo hacia el
escenario con aires de urgencia. Es de la organización y me insta a terminar
“yaaaa”, que iban a abrir las puertas y estábamos sin cenar.
–“Además os tenéis que dar prisa, tocáis los primeros”.
–“¿Qué?”
–“Que tocáis los primeros. Habéis llegado los últimos y no hemos podido hacer sorteo”.
–“Bueno, ¿y por qué no lo hacemos ahora?”
–“No, no, los de La Polla tocan últimos, que son los que más peña atraen, si
queréis se puede hacer sorteo entre Neurosis y vosotros”.
Era una putada. El grupo que abre un festival se come el muerto de tener que
calentar el ambiente y, lo que es peor, hace de conejillo de indias en la puesta a
punto del sonido. Hasta la fecha todos los órdenes de salida se habían producido
por arreglo entre los grupos o por sorteo. ¿Qué cojones pasaba? Urgía una asamblea,
una decisión rápida y operativa por nuestra parte. Eché un vistazo a mis tropas
y la situación no podía ser más desesperante. Todos estaban peleándose con
sus respectivas máquinas de hacer ruido. Txus trataba de hacerse entender a gritos
con el técnico de monitores que –¿te suena?– le suplicaba que bajara el volumen
del ampli. Javi seguía a vueltas con el zumbido, que iba cambiando de timbre
e intensidad a cada nuevo sopapo y el Putre trataba de aclararse con la mesa de
luces, la nueva diversión que se había echado en los conciertos. Se imponía una
solución de urgencia y ninguno de mis hombres estaba disponible para la lucha.
Salté del escenario dispuesto a enfrentarme con el marrón, nadie me echó de
menos arriba. En cuestión de segundos, me vi envuelto en una discusión a varias
bandas sobre el orden de actuación. La organización insistía en que La Polla
tenía que cerrar el evento, el manager, José Mari Blasco, supuesto “bautista” del
Rock Radikal Vasco, no quería ni hablar del asunto y ellos, con los que siempre nos
habíamos arreglado sin problemas, habían desaparecido. El bajista de Neurosis
también defendía con uñas y dientes su derecho a tocar en segundo lugar, al fin y
al cabo nosotros habíamos llegado tarde y encima “jodiendo la marrana”. Todo lo
que pude arrancar fue un miserable “cara y cruz” entre los grupos de Santurtzi que
para colmo, nos fue adverso.
Defendía yo nuestros pisoteados derechos mientras de fondo, el penetrante
zumbido del ampli de Javi irrumpía a gran volumen en la discusión. ¿Qué ardor
guerrero podía yo desplegar con semejante banda sonora, exhibición palpable de
nuestra intrínseca cutrez? Volví al escenario con malas noticias cuando menos se
necesitaban. Mis tropas andaban desencajadas con sus mezquinas batallas particulares.
Ya era de noche y los técnicos, con el cupo de paciencia agotado y la cena
en peligro, nos conminaron a probar “dos temas completos y punto”. Hicimos dos
mierdas. Dos impresentables marañas de pitidos, saturaciones y despropósitos
que anunciaban un ridículo tridimensional.
Se imponía un golpe de timón. Había que actuar con la sangre fría necesaria
para convertir la cena en una concentración... pero no estaba el horno para bollos.
En aquel ambiente de tensión lo primero que se imponía era recuperar el buen
rollo entre nosotros. Llevábamos toda la tarde de mala hostia y las desdichadas
perspectivas de sonido habían contribuido a crispar aun más el ambiente. La cena
debería ser divertida o nuestra actuación sería, definitivamente, una hecatombe.
Teníamos una media hora para convertir un ambiente irrespirable en un legendario
momento de compenetración pre-Woodstock.
Lo intentamos. Juro que lo intentamos. Un cierto instinto de supervivencia hizo
que el sentido común germinara en nuestros maltrechos ánimos. Empezamos por
mirarnos con aire perdonavidas, hicimos algún brindis con tintorro sulfúrico y
para cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos en la más dulce de nuestras
conversaciones: que si “me he follao a tu novia”, que si “la tuya me la mama muy
bien”... ya sé, recurso descerebrado donde los haya pero que siempre nos relajó –y
nos sigue relajando en nuestros encuentros– casi como si fuera verdad.
Pero aquel día hacía viento sur y los hados del destino o nuestros méritos sobrados
decidieron que la era en que las cosas salían bien sin querer se había terminado.
Alguien me tocó en la espalda y me pidió “audiencia”. Era un chico con txupa
de cuero destrozada, botas militares y camiseta agujereada. Sus venosos globos
oculares delataban al menos dos gaupasas (noches de fiesta sin dormir) seguidas y
prestando enorme atención a sus fatigosos farfulleos acabé por deducir que me
quería proponer un concierto. Me hablaba muy despacio, mascando las palabras
mientras la babilla se le iba acumulando en las comisuras de los labios. Para persuadirme, mientras parloteaba se afanó en la elaboración artesanal de dos auténticos regueros de pólvora. Quería que actuáramos en su pueblo porque “el ayunta
había prohibido los festis después del desastre ocurrido con los R.I.P.”. Al parecer
los “munipas” habían cortado la luz pasadas las dos de la madrugada y la masa
enfurecida se había dedicado a destrozarlo todo.
.– “Vosotros no tendréis problemas, ya sabes, como tu estás en la radio y eso...”
Y eso... maldita sea, suponía que mi aguerrido grupo de margenizquiérdicos era
visto ya como una banda de moñas que podían rehabilitar su puto pueblo para la
práctica de festivales de rock. Me sentó como un tiro, tanto lo que me dijo como el
“tiro” propiamente dicho. Fue como cuando te enteras de que te ponen los cuernos
y lo sabe hasta el gato antes que tú. Un jarro de agua fría. Así que esos éramos: unos bilbainitos metidos a rockeros “light”, una banda ideal para calmar los ánimos de ayuntamientos iracundos. Todo casaba. Por eso la organización nos quería como
aperitivo. Eramos los babosos de la familia. Me puse realmente borde con aquel
tío. El hombre no entendía nada. “Pues si los R.I.P. no pueden tocar, nosotros
menos, que se joda el ayuntamiento y que se joda la peña y te jodes tú”. Días antes
ya había saltado alguna alarma. En una actuación con los B.A.P. en Larrabetzu, oí
como un miembro de la banda, ojeando el fancine que regalábamos con “Indarrez”
y del que sacamos un montón de copias extra, comentaba algo así como “si, son
punkys, pero de Bilbao”... en aquella ocasión me pilló desprevenido y simplemen-
te quedé un tanto escamado, pero aquel día mis sospechas se confirmaban y desaté
mis iras contra el intruso hasta hacerle desaparecer, absolutamente perplejo.
Cuando recuperé la conversación mis compañeros habían dejado los folleteos
imaginarios para volver a la carga con nuestros problemas domésticos. Yo estaba
furioso, frenético y con un recién estrenado ardor de estómago volcánico, recuerdo
del nota con el que acababa de hablar. En esos momentos me la sudaban completamente
los problemillas domésticos, la prima a pagar a los que descargaban y
el puto zumbido del ampli de bajos. Nos estaban desterrando de nuestro territorio
y no nos empapábamos. Les conté lo que acababa de pasar y ellos también se quedaron
helados. “Si, amigos, mientras nosotros nos despellejamos, nuestro endeble
prestigio se desmorona. Al parecer no somos auténticos. Hay quien piensa que no
tenemos label euskaldun por ser de Santurtzi –como le tuvimos que oír a alguien
de la troupe de Itoiz, que siempre tocaron en nuestro pueblo en olor de multitudes–
y otros nos conceden escasa autenticidad... algo hemos hecho mal”. Se concentró
tanto gas entre nosotros que sólo nos faltaba alguien con una cerilla para
hacernos reventar en pedazos.
Ese alguien llegó. El mismo miembro de la organización con el que había tratado
en vano de negociar, venía ahora con prisas para empezar la actuación. Pude
comprobar así, que nuestro batera era el más afectado por el ataque a la línea de
flotación de nuestro orgullo. El solito se bastó y se sobró para engancharse con el
atónito organizador al límite mismo de las hostias y entrar después en el consabido
juego del “no, cálmate tú”. Cuando el tipo se largó tan furioso como estupefacto,
Ernesto soltó aquello de “a veces me gustaría ser de Eskorbuto”, por lo expertos
que ellos eran en broncas con promotores.
Así que salimos de aquel restaurante y volvimos a la plaza de toros. Había que
tocar. Mientras hacíamos el “paseíllo” en un silencio de condenados a la horca, la
muchedumbre iba poblando las gradas. Yo sentía mis pasos al ralentí, como si de
golpe, la arena de la plaza fuera la corteza lunar. En mi ya perturbada mollera, muy
sensible al viento sur, las voces de aquella turba bulliciosa se iban fundiendo con
imágenes de manager destripados y organizadores cosidos por ráfagas de metralleta.
Ahora subiríamos al escenario y sin duda haríamos una actuación mediocre,
fruto del poco ensayo y la mala química existente –incluida la del ántrax esnifado–,
dejando una lamentable impresión y poniendo en bandeja a los siguientes el
éxito apoteósico. Ellos subirían a tocar con el equipo bien ecualizado durante
nuestro “show” y las masas en su punto idóneo de “cocción”. Después todos
comentarían: “Que conciertazo de La Polla, han estado geniales, los heavys esos
no estuvieron mal pero Zarama, ¡puag!, están acabados, un sonido de asco y
luego ya sabes, un poco ligths”.
Una vez arriba nos fuimos situando en nuestros puestos y comenzaron los ruiditos
de calentamiento: unos golpecitos de bombo, dos o tres notas de guitarra y
¡Oh Dios!, el zumbido, el puto zumbido del ampli de bajos que de pronto taladró
las paredes de mi cráneo reventando la caja de los truenos.
Es por ello que el relato de los hechos que a continuación se describen no es
tanto un fiel recuerdo de lo que allí aconteció como una mezcla de lo que me contaron, lo poco que puedo reconstruir y lo que publicó la prensa. Algo comparable
a lo que le ocurrió en su día al boxeador Pedro Carrasco, cuando combatió contra
aquel pedazo de venezolano: “Mando Ramos” y ganó el campeonato del mundo. Al
día siguiente, fue lo suficientemente honrado como para reconocer que tras un
puñetazo recibido en el segundo asalto, se le fundieron los plomos y ya no supo ni
lo que hacía. Recibió millones de golpes, tres de ellos por debajo de la línea “legal”.
Tuvo la suerte de contar con un árbitro oriental, estricto cumplidor del reglamento,
que descalificó a su rival sin contemplaciones.
Aquel día yo también tenía los cables cruzados. Para colmo de males los asistentes
al festival se habían apalancado en las gradas, lejos del escenario, esperando
quizá que acabaran cuanto antes esos pelmas y empezara la actuación de sus
ídolos. Ahí empezó todo. Me daba tan igual lo que pasara que comencé a insultarles
sin contemplaciones, les llamé muermos, aburridos, jilipollas... todo lo que se
me iba ocurriendo, “así que pagáis por ver un concierto de rock & roll y os sentáis
como si estuvierais en la ópera ¡hay que ser anormal!”. Y bajaron claro. Lo hacían
despacio y como incrédulos, como si alguien hubiera mentado una por una a todas
sus madres. Miraban hacia el escenario como tratando de adivinar quien era ese al
que había que hostiar debidamente. Cuando ya estuvieron cerca y puede empezar
a escuchar sus insultos y a sentir sus diversos lanzamientos aun me sentí con valor
para dar una vuelta más de tuerca: “Muy bien niños, así me gusta, que obedezcáis
a la andereño (maestra)... si queríais estar sentaditos ¿para qué cojones venís?”...
Nunca nos habían insultado tanto y tantos a la vez, nunca nos habían lanzado
tantas cosas ni había visto tantas caras de odio... era como una jauría de perros
rabiosos. Sin embargo nadie subió a encararse en persona, en parte, quizá, porque
se mascaba que no iba a ser bien recibido y en parte también porque Ernesto, loco
por destensarle los parches al dueño de la batería marcó con las baquetas el
comienzo de la primera canción. Dios, que gran sensación. Mis compañeros de
grupo habían asumido el mensaje y estaban soberbios. Ni La Polla Records, ni
los jiviones, nos iban a dar lecciones de nada. Yo les veía tocar sin arrugarse, sin
moverse a posiciones más seguras, jugándose el físico entre vasos, botellas y escupitajos,ninguno de los tres reprochó mi actitud, ni siquiera me miró raro. Con los problemas de comunicación que arrastrábamos y sin embargo, las circunstancias
de aquel día inconcebible nos habían fundido en un solo ser. Era una huida hacia
delante en toda la regla, una locomotora lanzada hacia el abismo con nosotros cuatro
adentro. Habíamos arrancado con un “Goazen Borrokara” (“Vamos a la Lucha”)
enrabietado y nadie se acordó del sonido. Pero la mala hostia ambiental continuaba
incólume. Entre insultos más homologados hubo dos sorprendentes por lo
repetidos: “macarras” y “gallegos”. ¿Pero que mierda de punkys o rockeros podían
usar esos insultos tan carcas?
Azuzando las brasas asomaban los monstruos del subconsciente. Yo veía a Javi,
gallego de origen y una corriente de solidaridad me invitaba a la guerra, empezamos
a dedicar canciones a Galicia, a los centros gallegos, a “Euskadi Ceibe” a todos
los macarras del mundo y milagrosamente logramos sembrar la discordia entre
los congregados. Pregunté ¿cuántos odian aquí a los gallegos? Que levanten la
mano si tienen cojones... conté unas cuantas manos y les llamé fascistas y nazis.
Ernesto les invitó a abandonar la plaza, porque “era imposible tocar con ese olor a
mierda” y ya hubo quien nos aplaudió.
Mientras acometíamos “Edan Ase Arte” se produjeron las primeras peleas y una
litrona aun sin estrenar se estampó con fuerza contra mi hombro izquierdo. Invité
a voz en grito a que saliera el agresor (“si tenía cojones”), arriesgándome a que
fuera el primo de Zumosol y me partiera la jeta. Pero nadie salió. A esas alturas
había tal carga eléctrica en el ambiente que cualquier desastre era posible. En aquella
maraña irreal recuerdo rostros ensangrentados, puños en alto, vallas volando.
El técnico de monitores, con cara de agonía, me comunicó entrecortado que habían
volcado el cerco de protección de la mesa de sonido y la estaban llenando de cerveza.
Reinaba el caos. Un grupo empezó a corear el nombre de La Polla Records
y yo me sentí Jim Morrison en el mítico concierto de Miami: “¿queréis la polla?
Pues aquí la tenéis”, les dije, mostrándoles mi sorprendida txurrilla.
A partir de ahí todo se descontroló. Los lanzamientos se desbocaron, los insultos
se multiplicaron y el Putre tuvo que cambiar de posición para tratar de impedir,
junto a miembros de la organización, que subieran a partirnos la cara. Uno de
los platillos de la batería voló por los aires impactado por una botella... fue entonces
cuando se produjo el milagro. Los cuatro nos quedamos quietos en nuestro
sitio, mirando a la masa sin inmutarnos. Una corriente inexplicable nos unió sin
habernos dicho una sola palabra. Estaba bien claro que si bajábamos del escenario
en ese momento sería en camilla. Dios, Alá, Buda o el simple destino quisieron que
ese tiempo mágico no se torciera con un impacto en la cabeza, aunque bien poco
faltó. Aquella postura no era exactamente valor, tampoco arrogancia. Era simplemente
lo que le debíamos a tantas horas de trabajo, de incomprensión, de broncas,
de sueños, de guardias y desfiles... era una especie de “ahora no nos van a bajar de
aquí así como así, no seremos los más punkys, ni los más heavys pero hoy, al
menos hoy, no nos va a ganar nadie a cojones”.
Algo realmente intenso debimos transmitir porque aquella marea desbocada
fue paulatinamente calmándose hasta crearse un silencio denso, extraño, expectante.
Como trozos de un puzzle anárquico me viene la imagen de Txus, “el hombre
de piedra”, sudando como un cerdo, aferrado a su guitarra como si fuera una
“kalasnikoff ”, mirando al frente con una mezcla de rabia y orgullo. Alguna fibra
extraña habíamos tocado, era como si todos estuvieran de pronto afectados por
algún gas paralizante o alguien les hubiera hipnotizado. Aquel mar de ojos nos
miraba sin mirarnos, aquellas bocas nos querían insultar pero ya carecían de fuerza.
Yo era Ernesto y Javi y Txuzos y el Putre, me sentía con la fuerza de los cinco.
Durante aquellos segundos fuimos, más que nunca, un auténtico grupo, un
núcleo, una energía condensada en la que el “todos para uno y uno para todos” de
los mosqueteros era, de verdad, mucho más que un lema.
Ninguna de las cosas buenas que nos pasaron antes y después se puede comparar
con aquella sensación. Me hubiera gustado alargarla durante horas pero hubo
algo que me devolvió súbitamente a la tierra: el puto zumbido del ampli, como no.
Aquella forma tan pedestre de aterrizar me desató los demonios y cogiendo carrerilla
me lancé hacia un público desprevenido que despertó en el acto. El resto de la
actuación fue un auténtico fiestón. Decenas de locos me imitaron y el escenario
acabó convirtiéndose en un trampolín popular. Durante la traca final, con la versión
acelerada del “Beti Penetan”, un grupo de kamikazes me cogió a hombros para
dar una vertiginosa vuelta al ruedo.
Me sentía como un muñeco de trapo zarandeado por toda la plaza. Al final del
“show” –nunca mejor dicho– había tantos desperfectos que estuvieron a punto de
suspender todo el festival, pero la organización, con buen criterio, consideró que
podía ser peor el remedio que la enfermedad. Dejamos al respetable tan excitado
que a los Neurosis les hicieron la vida imposible y no pudieron terminar y con La
Polla Records hubo otra invasión del escenario tras la cual robaron la chupa de
Evaristo con la cartera dentro.
Al día siguiente todos los periódicos hablaban del asunto en términos de
bochorno y la comisión de fiestas pedía disculpas y prometía que no se repetiría.
Sin duda hay datos que se me escapan pues realmente no sé cómo justificar que al
día siguiente me dolieran hasta los ojos y no consigo situar el momento exacto en
el que me hice un esguince de tobillo que me mantuvo varios días escayolado.
Fue memorable.

XI MOBIDA DELA ETA (ZE MOBIDA!)


Era el año 83 y Madrid vendía “movida”. ¡Mira que se han dicho bobadas sobre la
dichosa “movida”! Hace bien poco afirmaba Fabio McNamara, el que cantaba
“Satanasa” con Almodóvar: “El nombre movida se queda muy corto, aquello fue un
nuevo renacimiento”. Algunos de los “exiliados”, los que llegaron de la periferia y
fueron bautizados en el “Rock Ola” para la nueva religión, siguen defendiendo que
los pujantes nacionalismos estrangulaban su libertad y en Madrid encontraron la
tierra de promisión. Si hemos de creernos la versión mas difundida, siempre por
sus protagonistas o por amiguetes de la prensa, la España franquista giró hacia la
democracia y Madrid se hizo crisol de culturas y movimientos de vanguardia
mientras los demás caíamos en manos de mentalidades estrechas que imponían
cierto “pacatismo” provinciano. Es el colmo, tantos años de unificación cultural
nacionalista española –con RTVE a la cabeza– para después tener que soportar la
arrogancia de que también los nuevos aires de libertad les pertenecían.
Lo que entonces les pertenecía, y de qué forma, era precisamente la televisión,
que contaba con dos cadenas de tutela estatal y llegaba hasta el último rincón, sin
competencia posible con los precarios y ultra-controlados medios locales.
Programas como “La Edad de Oro” o “Caja de Ritmos” difundieron la nueva doctrina
“movideña” con un evidente desprecio a quienes no habían sentado sus artísticos
reales en la capital de las Españas. En el primero de los programas el mamoneo era del todo evidente, en el segundo resultaba más sutil. No había color entre
los videos grabados en sus viajes relámpago a “provincias” con el mimo y dedicación
puestos al servicio de los “forenses”. En su día hice un artículo con estos argumentos para la revista vasca “Muskaria” y Carlos Tena que dirigía el programa de
radio “Caja de Ritmos” me denominó, desde Radio 3, el “Garaikoetxea” de la música
vasca. Su desgracia fue que al final, gracias al rotativo derechoso madrileño
“Abc” y su cruzada contra los sociatas, (recién desembarcados en el poder) Las
Vulpess, con un clip realizado contra-reloj, fueron las que más tajada sacaron de
su programa, al menos en popularidad. Eso tampoco significó, ni mucho menos,
que las bandas madrileñas fueran igualmente promocionadas. La “movida” ninguneó
el potente rock que se hacía en los barrios de la capital y que contaba con
legiones de seguidores, para primar un cierto pijerío “chic”. A los santones de la
dichosa movida les resultaba “out” la denuncia social pero no tanto los coqueteos
fascistillas de varios de sus componentes, que siempre fueron vistos con cierta ternura cuando no con simpatía (me refiero a los primeros Gabinete Caligari, al
“zurdo” que militaba en la falange, al mismo Iñaki “Glutamato” que gustaba lucir
“look” a lo Hitler...).
No, no negaré que hubo cosas interesantes y también es cierto que tras los áridos
y politizados años setenta existía ya cierto aburrimiento de la estética cartuja
de los cantautores. Almodóvar dijo en cierta ocasión que su mayor venganza contra
Franco era ignorarle absolutamente y no le faltaba razón. Al calor de aquellas
brasas se produjeron fenómenos de calidad, el primero, sin duda el propio
Almodóvar, pero la trascendencia de todo aquello se ha hinchado hasta el absurdo.
Aún recuerdo aquel programa “especial movida” que se montaron en TVE en el 85.
Preguntaban a jóvenes, en una discoteca parisina, qué conocían de la movida
madrileña, respuesta:
–“Kortatu, La Polla, y esas chicas, ¿cómo se llaman...?”
–“¿Alaska?”
–“No... esto... Las Vulpess”
Casi me caigo de espaldas. Y es que por muy originales que se autoproclamaran,
Alaska nunca fue Siouxie, ni La Mode fueron Roxy Music, y no lo digo sólo
movido por el resentimiento –que igual también– sino porque la crítica habitual
hacia la música que se hacía en Euskadi desde medios como “La Luna” de Madrid
siempre incidía en nuestra falta de originalidad –no te jode–. No, musicalmente
hablando la movida no fue tan creativa como se pretende, el rock catalá que le precedió y no digamos el andaluz de línea Triana, Pata Negra, etc., aportaron bastantes más novedades y son más difíciles de comparar. Dicho esto, que por supuesto
es muy discutible –y nada mas coñazo que las discusiones sobre música–, también
es justo reconocer que Radio Futura, Derribos Arias, Loquillo y los
Trogloditas, La Mode y los Gabinete Caligari, por citar algunos, hicieron
canciones inolvidables y marcaron una época.
Si saco al plato la manida “movida” es por una sola razón: el monocultivo al que
nos sometieron los medios más poderosos influyó lo suyo en el surgimiento de
una “mobida” alternativa en Euskal Herria. Quienes andábamos en esto en aquellos
agitados días no podíamos aceptar el mensaje que subyacía en todo aquel circo
que nos querían vender. Era como decir: “Vale chicos, Franco murió, la transición
ha sido un éxito y ya tenemos hasta socialdemócratas en el poder. Ha llegado el
momento de celebrarlo. Olvidemos los panfletos y pongámonos guapos, ¡viva la
intrascendencia!”. También en Euskal Herria había ganas de superar a los cantautores,
que ya habían entrado en una fase conceptual bastante indigesta, pero las
heridas estaban demasiado abiertas como para lanzarse alegremente en brazos de
la frivolidad. Hay que recordar que aquel era el año del “plan ZEN” (“Plan Zona
Especial Norte”) con el que Barrionuevo, entonces ministro del interior español,
comenzó a labrarse su triste popularidad y el del comienzo de la actividad de los
GAL, continuadores de otras experiencias previas de terrorismo de Estado. “No
importa que el gato sea blanco o negro –decía en aquellos días el presidente del
Gobierno español Felipe González– lo que importa es que cace ratones” en clara
alusión a los escuadrones de la muerte.
Sin haberlo concretado previamente, sin siquiera conocernos, había varias bandas
trabajando en las sombras con mucho en común. Adscritos a diversos estilos
(hard-rock, punk, ska, hard-core, reggae...) con el euskara, castellano o ambos
mezclados como idioma, lo cierto es que todos estábamos por la labor de agitar en
nuestras cocteleras decibelios y denuncia social. Lo del “Rock Radikal Vasco” fue
quizás una de las primeras manifestaciones de lo que Bernardo Atxaga gusta en
llamar “Euskal Hiria” (“Ciudad Vasca”). Supongo que en el siglo XIX ser de
Agurain, por ejemplo, suponía llevar un modelo de vida 100% rural. En el 83 un
joven de Agurain se iba de marcha a Gasteiz, de concierto a Donosti y podía estar
plenamente informado de las últimas tendencias a través de la prensa, radio y televisión.
Hoy en día se puede ser moderno y cosmopolita en un pueblo y muy paleto
en una ciudad, es una de las pocas cosas que me van quedando claras.
Observando ahora en la distancia, compruebas que los protagonistas de aquel
estallido teníamos mucho en común. Vivimos una época convulsa en la adolescencia.
Yo tenía 13 años cuando mataron al almirante Luis Carrero Blanco, 15 cuando
murió el dictador Francisco Franco y 21 cuando el frustrado golpe de Estado del
guardia civil Tejero y compañía. En ese periodo vimos legalizar la ikurriña, paralizar la construcción de toda una central nuclear, legalizar a todos los partidos políticos,poner en marcha estatutos de autonomía, todo con ríos de sangre por medio:policías destrozados cuando arrancaban el coche, grupos fascistas que disparaban a bocajarro sobre manifestaciones pacíficas, supuestos confidentes a los que volaban los sesos aquí y allá. Detenidos que salían de comisaría con los pies por delante tras varios días de torturas intensivas, muertos de un color u otro, muertos que pasaban por ahí, muertos uniformados... muchos, demasiados muertos calculados,sumariamente ejecutados. ¡Tantas veces nos hemos quemado las meninges
tratando de entender! Yo tuve la ocasión privilegiada de hablar con unos cuantos
refugiados en las múltiples actuaciones que hicimos por Iparralde y en todos los
casos me hablaban de circunstancias personales. Gente que había vivido en primera
persona la matanza de Vitoria o la de Montejurra, que se había emocionado
con el juicio de Burgos o las historias que había escuchado en casa sobre la guerra
civil (o dicho de otra forma: el triunfante levantamiento militar contra la legalidad
democrática en 1936). Curiosamente había muchas diferencias entre los motivos
de unos y otros para terminar en ETA y en contra de lo que se pueda pensar la sintonía política entre ellos no siempre era tan armónica como puede imaginarse.
En nuestra presentación por Iparralde un refugiado de Barakaldo se me acercó
al escenario y me pidió a gritos: ¡Tocar una de Eskorbuto, que se enteren estos
“vascos”! (tratándose de alguien fugado por su presunta militancia en ETA no cabe
mayor surrealismo). En otra actuación trabé animada conversación con un
muchacho de aspecto marginal. Administraba una botella de vino guarro como si
fuera un tesoro. Me confesó que era un huido de los Comandos Autónomos Anticapitalistas.
Tras un buen rato entrando en confianzas me atreví a preguntarle qué
coño le había llevado a meterse en un marrón semejante. El me miró a los ojos y me
devolvió la pregunta: ¿y tu? ¿cómo has podido vivir en esta mierda sin tratar de
reventarla? Quien sabe, a veces la vida te puede colocar en lugares insospechados.
Lo mismo que durante la mili llegué a ser un “preso peligroso” vigilado de cerca
por inflexibles “combatientes armados”, también, en mi época de militante en el
“Partido para la Revolución Vasca” podría haber acabado haciendo algún inocente
“recado”. E.I.A. vanguardia entonces de Euskadiko Ezkerra, mantenía cierta relación
orgánica con ETA (p.m.). No sería ni el primero ni –me temo– el último que
se pringa de la manera más inesperada.
Hubo un tiempo, no tan remoto, en el que la militancia armada era vista con
simpatía poco disimulada por toda la oposición al dictador Franco. El día que
mataron al santurtziarra Roke Javier Méndez (“Poeta”), en el remoto 1973, en una
emboscada de la guardia civil en la playa de Hondarribia, mi profesor de historia,
el conflictivo y expedientadísimo señor Menéndez, militante del entonces ilegal
PSOE, lloró de rabia ante todos nosotros, atónitos mancebos, ansiosos en aquellos
momentos de salir del aula y lanzarnos en tropel hacia el monte Serantes, levantados
en armas, henchidos de ansias vengadoras. Lo cierto es que día a día y durante
mucho tiempo se fue engordando una bola que ahora no es tan fácil de parar.
Siempre hay suficiente cantidad de voluntarios para que no se pueda atajar por la
vía policial y se mantenga vivo un fuego que, creo, sólo tiene dos posibles mangueras: el modelo “Franco”, es decir: golpe de Estado y anulación de todo derecho
civil por la vía represiva y el otro: reconocer el origen político y plantear un proceso de paz en el que todos cedan en parte de sus objetivos a favor del fin de la sangre y la desgracia que tanto daño está haciendo durante demasiado tiempo.
Me encantaría que cuando leas esto, ya sea historia y pertenezca un pasado
lamentable pero superado. No soy optimista. Buena parte de la opinión pública
española y la abrumadora mayoría de los opinadores profesionales, no quieren ver
otra cosa que no sean terroristas mordiendo el polvo. No son pocos los que desean
que todos los nacionalistas vascos e incluso los partidos a la izquierda del PSOE lo
hagan también. La “complicidad mediática” de la que habla el escritor Manuel
Vázquez Montalbán es imprescindible en periodos favorables a una solución definitiva
como fue la “tregua indefinida”de 1999. Pero hay mucho miedo a que eso
constituya una vía abierta a la secesión, porque el nacionalismo español, cargado
de orgullos históricos y misiones planetarias es muy fuerte y por desgracia, muy
poco dispuesto a reconocerse como tal. Al parecer España es algo tan natural y evidente como el aire y el agua, todo lo demás son inventos o zarandajas sabinianas.
La verdad es que mentiría si digo que todo lo anterior es algo que tengo meridianamente claro. Los días en los que la radio nos sorprende con uno de esos crueles baños de sangre, me siento tan remoto de lo ocurrido como un recién llegado
de Ghana. Al fin y al cabo, manifestaciones culturales tan arraigadas como los
encierros o la Sokamuturra, tampoco consigo entenderlos y siempre los contemplo
con la perplejidad de quien observa unas extrañas ceremonias rituales de Sri
Lanka. Pero lo malo de ser “famosín de la señorita Pepis” en un país como este, es
que te ves demasiado a menudo en la tesitura de opinar sobre “eso”. Habrá analistas
y expertos mucho más preparados, cuyas opiniones apenas trascienden, pero
basta que seas supuesto artista para que no falten luz y taquígrafos a tus patanes
balbuceos.
Cierto día, eso sí, decidí decir claramente lo que pienso en cada momento, prefiero
ser contradictorio e incluso incoherente a callarme como un conejo. Estaba
harto de escuchar unas afirmaciones “en petit comité” y otras bien distintas en las
entrevistas. Nosotros no dependíamos de la música para vivir, alguna ventaja teníamos
que tener. Esta política me ha conducido a algunos disgustos y a que dejaran
de saludarme algunos de los que me palmeaban la espalda, (incluso al abierto boicot
en alguna emisora de radio) pero al menos me he podido mirar al espejo sin
sentir arcadas.
Contra lo que alguna mente esquemática pueda pensar, en el ambiente del rock
vasco de los 80 había también muchas dudas, debates y tendencias y muy poca
ortodoxia. Lo mejor vino precisamente de la espontaneidad. Canciones como
“Plaza del Castillo”, de Los Motos, “Esperando en un Billar” de Barricada,
“Mierda de Ciudad” de Kortatu o nuestra “Itxoiten” hablaban de lo mismo, de la
sensación de estar perdiendo el tiempo miserablemente en un entorno amuermante
contra el que te rebelas.
Alguien cogió un cuaderno y se puso a emborronar estrofas mientras otro hacía
lo propio a unos cuantos kilómetros de distancia con parecida intención. Más
tarde llegarían las “homologaciones”. Primero la manida etiqueta, surgida en el
seno de la discográfica pamplonica Soinua y difundida por José Mari Blasco en
“Plaka Klik”, suplemento musical del “desaparecido por decisión del juez Garzón”
diario “Egin”. Meses más tarde la izquierda abertzale impulsó la campaña “Martxa
eta Borroka”, conciertos a bajo precio de grupos de amplia aceptación. De alguna
forma lograron capitalizar un movimiento que había surgido espontáneamente.
Aunque ahora parezca lo más normal del mundo, en su día supuso toda una ruptura
con los cánones estético musicales que prevalecían en su seno. En 1981, recordemos,
el mismo concepto de rock y su posible influencia imperialista era todavía
objeto de debate en las páginas del diario “Egin”. Sólo dos años después, desde este
mismo rotativo se bautizaba al movimiento de nuevas bandas (con un apelativo
contestado por todas) y se convocaba el “Egin Rock”, un macroconcierto en el que
habrían de tocar los grupos más votados de cada herrialde de “sudeuskadi”.
Barricada, Hertzainak, Zarama y R.I.P. fuimos los ganadores por nuestros
respectivos territorios. Según se publicó en su día, los resultados de Bizkaia fueron
los más apretados y en realidad ganamos a Itoiz y a Eskorbuto por un margen
mínimo.
Ahora que ya ha pasado suficiente tiempo, creo que ya es hora de reconocer
públicamente que tanto Eskorbuto como nosotros nos lanzamos en una desenfrenada
carrera por conseguir cupones de voto en todos los bares donde sabíamos
que compraban el periódico. También competimos arduamente en lo de pintar
grafittis con rotulador, pero en eso nos acabaron ganando por goleada. Josu, de
hecho se había entrenado a modo con nosotros. El caso de Itoiz es diferente. En el
momento de producirse la votación eran, sin duda ninguna, el combo más popular
de Euskadi y cualquier comparación resultaba simplemente absurda. La clave
– me temo – radicaba en otra cuestión: Itoiz repartían sus efectivos entre Mutriku
y Ondarroa. En buena parte de Bizkaia siempre les tuvimos por medio gipuzkoanos
y sospecho que en Gipuzkoa pasaba al revés. No sé que razón llevó a los organizadores
a presentar el evento en Vitoria-Gasteiz (capital artificial de un país singular,
en certera definición potática), pero por alguna causa que se me escapa, la
capital alavesa, sin desmerecer a ninguna otra, jugó un papel determinante en
todo esto. De Vitoria surgió “Ala-Bedi Irratia” y el fancine “Araba Saudí”, evidentes
precursores, con casi una década de antelación, de este embrollo. De Vitoria-
Gasteiz surgieron los Hertzainak, los Zika, Potato, Korroskada y Nahiko,
por no hablar de Danba y La Polla que brotan en los alrededores y de herencias
como Quemando Ruedas, Soziedad Alkoholika o Betagarri. De Vitoria
surgió también uno de los Gaztetxes más estables y dinámicos de Euskadi y en
Vitoria se estableció el TMEO, la revista de cómics más bestia del mundo con nombres
tan “internacionales” como Alvarez Rabo, Simónides, Mauro Entrialgo, Orue,
Mikel Valverde o Ata... En la olla vitoriana, especialmente incandescente entre las
calles de la “Zapa” y la “Kutxi” se han cocido también los diversos proyectos teatrales de Karra Elejalde, las bandas sonoras de Bingen Mendizabal, el grupo
Sobradun, las tumultuosas (y perseguidas) procesiones ateas y buena parte de la
carrera de Ruper Ordorika, que vivió allí muchos años. La cantera cinematográfica
es también sorprendente: Juanma Bajo Ulloa, Tinieblas González... Tratándose
de una ciudad relativamente pequeña, habrá que pensar que la dieta de patatas o
los dulces de Goya (evitemos rimas fáciles) tienen algo que ver.
El festival que inspiró lo del “Rock Radical Vasco” fue otro, organizado en
Tudela unos meses antes contra el polígono de tiro de Las Bardenas Reales. No
hace falta aclarar que también llegamos muy tarde, tanto que cuando conseguimos
llegar, ya habían empezado. Estaban tocando los Eskorbuto y desde la lejanía
pudimos observar como unos cuantos lugareños entrados en años se doblaban
de la risa escuchando ese tema en el que repetía hasta la saciedad lo de “Mierda,
mierda, mierda”. Los Barricada, todavía con su primer batería, Mikel Astrain,
destrozaron varios televisores y los de La Polla Records quemaron una cruz
para ilustrar su “Salve”. En aquella dulce etapa todo eran sonrisas y mutuos reconocimientos entre nosotros. Los hermanos Goñi y José Mari Blasco, impulsores del
sello Soinua y de la parte navarra del “Plaka Klik” supieron aglutinar, antes que
nadie, a la mayor parte de las bandas. Metido en labores de manager, José Mari
trató de crear una escudería de grupos afines y durante algún tiempo llegó a mover
varios nombres punteros. Bizkaia le quedaba muy lejos y tras algunas dudas optó
por proponer a Eskorbuto un lugar entre los elegidos. Mi parte perversa y vengativa
se alegró. Sospecho que será una de las decisiones de las que más se haya
arrepentido en su vida. Mis paisanos jamás asimilaron que nadie extrajera beneficios
de su labor, por muy justificados que parecieran. Durante meses no hubo una
sola entrevista en la que Eskorbuto no acusara a José Mari de ladrón, aprovechado,
estafador y cuantas lindezas se les ocurrían. Fueron su pesadilla constante y
me temo que terminaron por aburrirle.
Pero no sólo estaba la música. El espíritu “hazlo tu mismo”, que había inspiraMobida
dela ETA ( Ze 110 mobida!)
do la creación de las bandas estaba presente también en otras manifestaciones
paralelas. Radios libres que surgían de iniciativas espontáneas, fancines confeccionados por un grupo de amigos o –en muchos casos– por individuos inquietos y
con ganas de contar cosas. Asambleas de jóvenes que decidían dar vida a casas
vacías desde la noche de los tiempos. Aquellos Gaztetxes ocupados tras la mitificada
“patada en la puerta” sufrieron suertes bien dispares. Los hubo que fueron
desalojados sin contemplaciones, otros como el de Bilbao, que marcaron un hito y
se convirtieron en símbolos, manteniendo una programación estable y atractiva
durante años a pesar de soportar una situación permanente de acoso y –finalmente–
desalojo violento. Hubo un número nada despreciable de casos –especialmente
en Gipuzkoa– en los que se consiguió mantener la llama e incluso acabaron llegando
a acuerdos con los ayuntamientos para normalizar su actividad. En aquel
tiempo, tocar en Gaztetxes por la cara se convirtió en una especie de deber. En
todas las bandas, esto de las “obligaciones morales” fue objeto de polémica.
Superada la etapa inicial de la ilusión ciega, cuando estas dispuesto a tocar, aunque
sea pagando, llega un momento en el que viajar hasta algún paraje remoto,
realizar trabajos de carga y descarga, chupar un mínimo de hora y media de prueba,
a menudo a la intemperie, más la actuación, constituyen actividades que no
dejan de ser un trabajo, con aspectos muy placenteros, sí, pero un trabajo y a veces
bien duro. Para no quemarnos en exceso, todos nos vimos en la obligación de
seleccionar, lo cual siempre trae complicaciones: ¿Por qué el Gaztetxe de Ermua, sí
y los encerrados de los Astilleros Euskalduna, no? ¿a quién apoyamos? ¿a los del
polígono de tiro o a los de “Ala Bedi Irratia”?
Lo de que “El rock & roll en Euskadi será más divertido que en ninguna parte
porque no dará dinero” queda muy bien en una canción pero cuando se empiezan
a acumular demasiados actos “desinteresados” te empieza a entrar un complejo de
misionero lindante con el de gilipollas. La profecía de Hertzainak sí se cumplió
en su primera parte. A partir del 84 las bandas surgían como setas y la rivalidad
agudizaba el ingenio. Todos buscábamos la sorpresa, la nueva vuelta de tuerca, el
más difícil todavía. La “Tudela Konexion” fue conociendo nuevas oleadas que se
iban sumando a la orgía: Tijuana in Blue, Belladona, Delirium Tremens,
Potato, Yo Soy Julio César, Parabellum, Piskerra, Baldin Bada, Julio
Kageta, Vómito... la bola será imparable y el número de bandas inabarcable.
En el 85 estallará la bomba Kortatu, sin duda los que consiguen dar con la
maza más fuerte y más certero hasta hacer sonar el “gong” internacional. Los hermanos
Muguruza, Fermín e Iñigo con Treku a la batería, aprendieron rápido de
sus ídolos anglosajones y también de las experiencias autóctonas que les precedieron.
Eran simplemente irresistibles. Sus canciones nunca tenían una nota de
más, sus letras jamás se excedían de lo que estrictamente querían contar. Era el
encanto de lo sencillo, inteligente y directo al mentón. Kortatu extendió su
influencia mucho más de lo que ellos mismos esperaban y antes de que se les fuera
de las manos supieron controlar a tiempo aquel caballo desbocado y prepararlo
para un largo y fructífero recorrido. Yo me hice fan de la banda en cuanto les vi e
incluso, en aquella primera loca etapa solía cantar con ellos el frenético “Zu
Atrapatu Arte” (“Hasta atraparte”).
A partir del 85 el panorama musical vasco era ya otro. La revista “Muskaria” iba
relegando sus Lertxundis y sus Oskorris y cedía sus portadas a los nuevos gurús de
la “euskal mobida”. El “Plaka Klik”, que ocupaba una página dominical pasa a ser
“Bat, Bi, Hiru”, todo un suplemento de varias páginas los viernes, con Pablo
Cabeza como nuevo líder de opinión. Otros suplementos precursores como
“Devórame” del Diario Vasco, con Iñaki Zarata al frente, afinaron sus olfatos para
estar al día y “Alguien Te Está Escuchando”, el espacio musical nocturno de Pablo
Cabeza pasó a convertirse en polo de referencia de lo que estaba pasando.
Todo se movía a gran velocidad pero no todos avanzábamos a la par. De pronto
ya no negociábamos con colegotas que lo ponían todo fácil. Misteriosamente
empezamos a encontrarnos con baterías imposibles de mover de su “podio” y con
enormes telones de fondo con el anagrama de otra banda que “estaba de gira”. A la
hora de pedir explicaciones ya no aparecían los músicos sino un manager inmutable
que ni nos miraba a la cara (como ocurrió con Barricada en cierto concierto
de amargo recuerdo). Todos éramos muy majos y –por supuesto– radicalísimos,
pero ya había categorías y diferencias de nivel. Ese era el punto exacto en el que nos hallábamos cuando ocurrió lo de Eibar. Habíamos pasado por una primera etapa
en la que todo era disparatado y divertido, en la que podíamos coincidir con históricas de la euskal kanta como Estitxu (deliciosa mujer con la que compartimos
una inolvidable actuación en Sestao), con Ruper Ordorika, o con los Yunque de
Portugalete. Después llegó lo del R.R.V. y las actuaciones eran mucho más coherentes
y con personalidad propia. Cuando ocurrió lo de Eibar habíamos entrado en
una nueva fase. Había grupos que vendían en remotos confines y otros que sólo lo
hacíamos en Euskal Herria. Unos que habían decidido volcarse en el asunto al
100% con todas sus consecuencias y otros que lo llevábamos como una pasión de
tiempo libre. Cada decisión acarrea sus ventajas y sus calamidades, ya lo cantaba
el gran Rubén Blades: “Decisiones / Cada día / Unos ganan y otros pierden / Ave
María / Decisiones / Todo Cuesta / Salgan y hagan sus apuestas / Ciudadanía”.
XII