miércoles, 6 de agosto de 2008

XIII THE END


Esto ocurría en el 84 y el grupo desapareció en Julio del 95, es decir, hubo 11 años
más. En este largo recorrido ocurrieron algunas otras cositas, claro. Muy poco después de lo de Eibar empezó a trabajar con nosotros Tontxu Tabares, que antes
tocaba con Neurosis. “La Hormiga Atómica” –como le llamamos cariñosamente
para tocarle las pelotas– introdujo en la banda un importante afluente que le faltaba:el “guitar-killer”, hijo del Heavy Metal, estilo que en la margen izquierda ha sido siempre una institución.
Con él dejamos de preocuparnos porque ciertas canciones sonaran “vacías” y en
contrapartida lo de llegar tarde a las actuaciones se hizo más preocupante que
nunca, haciendo aumentar más si cabe nuestra lista de amigos. Al principio, cuando
era “el nuevo”, Tontxu hacía caso de nuestras indicaciones y se reprimía de
meter caracolillos guitarreros. Nosotros le indicábamos que hiciera “motosierras”
y él, obediente, cosía las canciones de chirridos abrasivos. A medida que se fue
confiando, ya no hubo Dios que le parara. El Ritchie Blackmore que llevaba dentro
se desató en todo su esplendor y llegó al orgasmo en “Binilo Bala”, nuestro último
elepé, que produjo él mismo y en el que metió 35 guitarras diferentes (con las que
se fotografió orgulloso).
Tontxu, en un principio, fue fichado con la intención de que introdujera algunos acordes de refuerzo en “Gaua Apurtu Arte”, nuestro segundo disco, pero claro,
una vez grabados, había que reproducirlos en directo, de lo contrario se notaría el
vacío. Nuestro flamante fichaje ocupaba buena parte de sus horas en investigar
con el instrumento mientras Txus se dejaba las pestañas tratando de sacar sus
oposiciones a Correos. De una forma natural, se fue erigiendo en jefe de la sección
“seis cuerdas” y Txus pasó de darle orientaciones a recibir lecciones, y lo hizo sin
inmutarse, el hombre de piedra es así.
Aquel “Gaua Apurtu Arte”, donde Tontxu aportó sus primeros “riffs” lo grabamos
en un idílico paraje de Las Landas francesas. Todo el mundo acudió con su
respectiva novia menos yo, que compartí habitación con Oskar Amezaga y unos
cuantos cómics de Milo Manara aportados por el estudio. Los estudios de
D’Manoir tenían tantos alicientes extra musicales –caballos, lanchas, cenas– que
daba verdadera pereza meterse a grabar en aquella cueva. Para colmo, el técnico no
tenía ni idea de ningún otro idioma que no fuera francés. Ernesto, que se defiende
bien, fue nuestro intérprete y ya se sabe, traductore=traditore... como traducía lo
que le daba la gana, en la práctica casi fue el productor. Nos quedó un disco un
tanto irregular pero con algunos cortes interesantes: “Bidea Eratzen”, “Norbait” y
“Biharamuna”, por ejemplo. También incluiría “Oianone”, canto al polvazo sublime
firmado por el poeta Jon Mirande. Años después me enteré de que era de ideología
nazi... una vez más habrá que separar al autor de su obra.
Entre “Indarrez” (1984) y “Gaua Apurtu Arte”(1985), y en nuestra línea de sembrar
la confusión, publicamos: “Altos Hornos de Vizcaya” (1985), producto de la
amistad surgida con un personaje irrepetible: Antonio Curiel, alias “El Curi”. Leo
ahora reseñas elogiosas en suplementos dominicales y páginas “web” de su magistral
disco en solitario “El Curi en La Habana” y me siento aún más orgulloso de
aquel episodio, no sólo porque ahora, por fin, el hombre saborea mieles triunfales,
también porque entonces tuve que aguantar muchas críticas y muchos comentarios
despreciativos por el hecho de juntar nuestra banda con alguien tan poco
“moderno”, un resto del Madrid de los cantautores que –me decían– “viene aquí
porque no tiene donde caerse muerto”.
El Curi se me apareció cierta tarde mientras yo hacía el programa “Tratamiento
de Shock” junto a Agustín Benito en Onda 3 de Portugalete. Era un personaje de
edad indefinida, salido directamente de las páginas del “Lazarillo de Tormes”, todo
vestido de negro, con piel terrosa, unas gafas de sol marrones anti-fashion y un
taco de libros auto editados bajo el brazo. “Los traigo por si podríais vender alguno
desde la emisora”. Hojeando aquel emotivo texto conocí la historia de un hombre
comprometido en mil batallas y al que la suerte había dado la espalda justo en
el momento que tocaba recoger los frutos. A consecuencia de un desgraciado accidente de tráfico, estuvo largo tiempo hospitalizado y perdió un ojo. En ese periodo,
muchos de sus compañeros de batallas, con los que había compartido las luces
y sombras de la bohemia madrileña empezaron a ser reconocidos: Pulgarcito, con
el que vivía, Miguel Farnox, con el que fundó “La Teta Atómica”, el propio Joaquín
Sabina con el que tantas veces le dieron las dos y las tres...
Después de aquel primer encuentro me lo encontré otra vez en Madrid, en el
barrio de Malasaña y así, poco a poco fuimos entrando en confianzas.
“El Curi” no caía por aquí “en paracaídas”. Además de contar con parientes en
Portugalete, él había estudiado en Donosti y mantenía una corriente de simpatía
hacia la tierra. Tal es así que estaba empeñado en el proyecto de hacer un disco en
euskara. Dándole vueltas y vueltas al asunto, al final propuse a la banda que nos
involucráramos y tras algunas reticencias se animaron, sobre todo por la buena
química personal surgida con aquella especie de “buscón” contemporáneo. El
resultado fue sorprendente. Mariluz, cantante de Neurosis, también se unió a la
fiesta, saliéndose de su habitual registro heavy y lo cierto es que tengo especial
simpatía por aquel mini-elepé porque fue la primera vez que sonábamos a nuestro
entero gusto. Le pusimos Altos Hornos de Vizcaya, así, tal cual, porque era
una especie de factoría de ideas donde también participó gente de Bahía de
Kotxinos y el escritor y periodista Jesús Etxezarraga, compañero de la emisora y
fan confeso del “blusero” de Valladolid.
Para aquel proyecto El Curi no tenía suficiente presupuesto pero ideó una fórmula
que después calcaron otras muchas bandas: “Los Bonos de la Banca
Vaticana”, una especie de “aval” por el cual, te comprabas varios ejemplares del
disco antes de ser grabado. La fórmula, obviamente, tampoco tenía todas las
garantías de funcionar, si lo consiguió fue porque la práctica totalidad de la redacción
de Radio Euskadi, donde yo trabajaba, compró su correspondiente bono.
De aquel disco surgió una nueva banda, precisamente Altos Hornos de
Vizcaya en la que El Curi, pasó directamente de las humeantes penumbras de los
pubs “progres” a un estilo de provocación punketa absolutamente personal. Aún
no me explico cómo salió vivo de esa. Un hombre con aspecto de tener muchos
años (jamás he conseguido sonsacarle cuantos, pero siempre le he visto el mismo
aspecto) salía vestido de sacerdote –él había estudiado en el seminario– y jugaba
con el equívoco hasta provocar auténticos tumultos. En cierta ocasión, en fiestas
de Bilbao se lió a decir que eran partidarios del Ku Klux Klan y que había que acabar
con los negros. Era el paso previo al incendio del retrato de Botha, el último
presidente del apartheid sudafricano. Pero hasta que quedó claro el juego llovieron
millones de botellas y una se estrelló en la cabeza del sufrido bajista Javi Losa.
Aquel mismo día le obligó a cambiar el “ingenioso” número.
Tras un par de elepés y un single navideño glorioso (“Adeste Fideles”) El Curi se
aburrió de Euskadi y volvió a Valladolid, a sus raíces castellanas, para montar la
banda Buitres del Pisuerga con los que anduvo rulando una buena temporada,
llegando incluso a llevárselos de gira a Cuba, donde hay pocos pero muy entusiastas
rockeros. No fue casualidad. Desde las primeras conversaciones que tuve
con él, ya soñaba con retirarse algún día a la isla. Un buen día se largó y dejé de
tener noticias suyas, hasta que pasados los años apareció por la radio con una
maketa: “El Curi en la Habana”, que respiraba optimismo. Resulta que el tío se
había establecido allí, tenía una relación con una cubana preciosa y se iba buscando
la vida con su pensión y actuaciones esporádicas. Las increíbles carambolas que
a veces hay en la vida quisieron que su amiga, la cantautora zamorana María
Salgado le pidiera la maketa, ya que ella estaba buscando material para un disco de
habaneras con la discográfica “Nube Negra”.
Responsables del prestigioso sello de músicas de raíz se interesaron por ese
curioso personaje y decidieron apostar por él. Cuando Antonio Curiel había olvidado
cualquier intención de continuar su carrera musical se vio de pronto grabando
un discazo de salsa con alarde de producción y músicos –entre otros– del
Septeto Santiaguero. Un pedazo trabajo publicado en varios países. Me cuesta
creer que sea su última sorpresa. Curiosamente a él le hace gracia que le comparen
con los personajes de la picaresca y presume de ser “el único gallego que ha
jineteado a los cubanos”, pero esto, que está bien como gracia, no se corresponde
en absoluto con su comportamiento personal, siempre escrupulosamente legal.
En el 88 publicamos “Dena Ongi Dabil”, para mí nuestro trabajo más completo.
Tanto la canción que da título al disco como “Elkarrekin” eran obra, en buena
medida, de Josu “Eskorbuto” Expósito. Las sacamos en una mañana tonta de lluvia,
como tantas en esta empapada tierra, casi jugando, en el local de ensayo. Las
letras y el acabado final vendrían después. Lo de “Elkarrekin”, cuyo texto hablaba
precisamente de la angustiosa sensación de ir viendo como un amigo se echa a perder,
fue desgraciadamente premonitorio. El disco lo grabamos con la discográfica
donostiarra Elkar Diskak. Las razones del cambio fueron variadas pero la que
más pesaba sin duda, era la posibilidad de mejorar nuestras condiciones, algo que
en esta vida, siempre tiende a gustarnos. José Mari Goikoetxea, que entonces llevaba
las relaciones del sello con los músicos, nos ofreció un panorama sugestivo:
horas de estudio sin límite, Jean Phocas como técnico, viajes y comidas a cargo de
la casa, buena distribución y un razonable porcentaje sobre los discos vendidos
¿qué más se puede pedir? Lo cierto es que José Mari, un tiarrón de Zaldibi con
barba cerrada y carcajada fácil tenía un cierto empeño personal en fichar a alguna
de las bandas que iban surgiendo y que estaban capitalizando los navarros del sello
discográfico Soinua. Elkar Diskak había llevado una posición puntera hasta el
surgimiento del R.R.V. y en ese momento andaban un tanto desorientados.
Por primera vez supimos lo que era grabar con mimo y sin prisas. José Mari era
además, el paradigma del vasco con palabra. No hacía falta firmar nada, lo que se
hablaba se cumplía y punto. Así fue con “Dena Ongi Dabil” (1988), “Bostak Bat”
(1990), “Sexkalextrik” (1992) y “Binilo Bala” (1994), que grabamos cuando José Mari
estaba a punto de morir y nadie teníamos ni idea de su enfermedad. Sí nos extrañaron
las urgencias de su boda –cuando no le conocíamos novia alguna– y el mal
aspecto que se le iba poniendo de un día para otro. También nos sorprendió lo
mucho que se emocionó con “Txatxo” la versión que incluimos en el disco de un
temazo del grupo de Asturies Los Berrones sobre un muchacho retrasado que se
fue de este mundo “sin haberlo probado”. Un gran tipo José Mari Goikoetxea.
“Dena Ongi Dabil” coincidió con una etapa muy “informativa” de mi vida laboral.
De pronto, el nuevo equipo directivo de EITB (Radio Televisión Pública Vasca)
con José María Gorordo a la cabeza, decidió convertir la radio pública vasca –versión
castellano– en una radio fórmula musical espolvoreada de noticias. Los que
formábamos la plantilla original pasamos en bloque a informativos y el grueso de
la programación se confió a disck-jockeys fichados de los “40 principales”. Fue la
época en que desembarcaron por la emisora Patricia Gaztañaga, Jon Uriarte, los
hermanos Herranz, Ramón García e Imanol Reino, entre otros.
Mis nuevas tareas me arrancaban del cálido nidito donde yo cocinaba mis sketches
y seleccionaba mis musiquitas para pasar ahora a chupar cientos de plúmbeas
ruedas de prensa, tensos funerales y taquicárdicas manifas con sorteo de hostias
incluido, sólo por citar algunos ingredientes del nuevo menú. Era además un
periodo especialmente convulso, en plena reconversión industrial y lo mismo me
tocaban los tiragomas de los Astilleros de Euskalduna, que pasar la noche con los
huelguistas encerrados de Transportes Colectivos.
Ni que decir tiene, que mi doble condición de periodista y rockero me sumía a
veces en situaciones imposibles. En cierta ocasión, estuve largas horas en las oficinas de Magistratura, en Bilbao encerrado con los obreros en huelga de
Transportes Colectivos. En una habitación contigua, los representantes sindicales
y la dirección se consumían tratando de llegar a un acuerdo que finalizara el ya
largo y problemático paro. Como es lógico entablamos conversación y pasado el
rato llegó a haber cierta confianza y hasta complicidad, al fin y al cabo muchos de
ellos eran también de Santurtzi y alrededores. Cuando se abrió aquella puerta los
primeros en aparecer, con las caras muy serias, fueron los sindicalistas. Yo me
imaginaba que acto seguido aparecerían unos tipos con pinta de opíparos empresarios
capitalistas, pero no, lo que surgió de la sala fue un abogado jovencito, que
126 The End en cuanto me vio empezó a gritar: “¡Hostia Roberto!, el otro día estuvisteis de puta madre en Durango, sí señor, que pedazo concierto”... Varias miradas proletarias se clavaron en mi nuca incapaces de entender qué pasaba ahí... el propio letrado les informó enseguida... “¿no le conocéis o qué? Este es el cantante de Zarama...nada, ni idea”. Para acabar de rematarla se dirigió a mí en euskara con aires de connivencia:
“hauek trenak ekarritakoak dira ” (“a estos los han traído en tren”).
“Dena Ongi Dabil” fue un disco con muchas colaboraciones “radiofónicas”.
Iñaki Berazategi aportó las voces de La Pasionaria, Txomin Iturbe, etc. que tenía en
su archivo, Armando Duque hizo el montaje del sonido, Jon (Gaizto) Etxebarri e
Idoia Jauregi fueron en esta ocasión los que ayudaron a “jatorrizar” mi vascuence,
Jon Uriarte me hizo los dibujos de contraportada, Eli Erezuma preparó los textos y
tanto Jesús Etxezarraga, como mi compañero de batallas nocturnas, Jorge Cerrato
aportaron sendos textos para “Kilikiliz Kill Nazazu” y “Erreginen Tronua”.
Saliendo ya de la emisora, el escritor y poeta Edorta Jimenez aportó el etílico
“Azken Portua”, el resto de las letras fue elaborado en Granada, en un pueblo situado
a quince kilómetros de la capi: Santa Fe. Fueron días de paz y concordia en absoluta
comunión con la naturaleza. Alexis, un amigo granadino que por alguna
extraña razón adoraba nuestra banda, me invitó a pasar unos días en su casa.
Mientras él trabajaba, haciendo verjas con su padre en el taller familiar, yo, en la
terraza, con una inmensa extensión de cultivos por delante, y la silueta de Sierra
Morena recortada en el horizonte, iba entretejiendo aquellos versos tan influidos
por el torbellino de vida que llevaba: el grupo, los informativos, la soltería golfa,
después de una larga relación... venía además de pasar quince días en el hospital
de Figueres, donde había terminado mi intento de vacaciones en lo que entonces
se denominaba Yugoslavia. “Hernia de Hiato” me dijeron, lo cierto es que tras la
ingesta de una brocheta me lié a vomitar de forma imparable hasta dar con mis
huesos en urgencias.
El “Dena Ongi Dabil” estaba dedicado a otros dos compañeros Mikel Camio y
Jon Etxebarria (Alkate), en homenaje a tantas noches de cánticos y risas. Un mal
día, sin que nada lo hiciera previsible, Mikel murió súbitamente acojonándonos a
todos. El mismo día de su funeral conocí a Amaia y muy pocas semanas más tarde
ya estaba viviendo con ella en Bilbao, en el populoso barrio de Rekaldeberri. Estuve
tocando el cielo varios meses, entonces murió mi padre, justo cuando por fin, el
hombre podía disfrutar de la jubilación. Al parecer nadie tiene derecho a demasiada
felicidad seguida.
En la lista de abundantes e ilustres colaboraciones hay que añadir a mi primo
Luis Izquierdo-Moso como fotero mayor, a los videolaris Gurutz y Jesús Mari Arruabarrena (“Bihotzak Sutan”) y Jon Koldo Berlanga (“Kilikiliz Kill
Nazazu”) así como a Javier Muguruza, que introdujo con mucho gusto acordeones
en “Kilikiliz Kil Nazazu” y en “Zoaz Euskal Herrira”. Con tanto gusto lo hizo que de
nuevo nos vimos con el mismo problema: ¿Cómo lo llevamos ahora al directo?
Tontxu, el más relacionado con otros músicos de todos nosotros, apareció en un
ensayo con un tal Joseba Lafuente, un tipo extralargo, gafoso y con rizada melena
de peluquería. Era de Portugalete, del barrio de Repélega y tocaba los teclados en
un grupo llamado Susie Sexy, lo cual me ahorra ya cualquier descripción.
Como no teníamos demasiado tiempo para “castings” y el hombre bordó lo que
se le pedía, decidimos incluirlo en la “troupe”, aunque eso sí, tocaría sus dos “acordeones”al teclado y punto.¡Qué ilusos! La vía de los hechos siempre te lleva por otros derroteros. Para empezar Joseba estaba ahí cuando íbamos componiendo los nuevos temas e inevitablemente sus teclitas se iban introduciendo sutilmente
aquí y allá, para seguir, los viajes en furgoneta alcanzaron una nueva dimensión
con la introducción de su mini cadena (Thin Lizzy, Rainbow, Deep Purple...)
y sus esfuerzos desesperados por integrarse en nuestras costumbres. Comprobada
nuestra afición a los chistes –y sus nulas dotes para la materia– se compró un libro
titulado “Los cien mejores chistes y su explicación” en el que podían leerse cosas
así: “¡Papa pan!, y le mató: La gracia de este chiste consiste en la comicidad inherente en el parecido entre pan (alimento) y ¡pan! (onomatopeya) que produce en el
oyente una confusión momentánea causante de hilaridad”. Hoy es el día en el que
sigue soportando cachondeo al respecto. Con el tiempo Joseba nos llenó el escenario
de tantos chismes que parecíamos los Emerson, Lake & Palmer. Las pruebas de
sonido se alargaron hasta la exasperación porque siempre había algún teclado que
se negaba a sonar. Si no le estrangulé en más de una ocasión es porque –había olvidado contar el detalle– también remaba en Kaiku. De todos modos a él se debe la
deliciosa parte instrumental de “Iñaki” y trabajos tan potentes como el de
“Kostako Bidea” o “Idoloak Hil”. Eso sí, sigue sin contar bien los chistes.
Habituales sufridores –y animadores– de la furgo fueron también Nano, Javi,
Skinfu, Afi, Karazo, Nene, Gabi y otros parroquianos de nuestro “Cheers” particular,
el bar “La Herradura”.
En el 90 grabamos “Bostak Bat”, y aunque nadie en el grupo comparte mi opinión,
para mí fue un disco fallido. Desde el principio teníamos claro que debíamos
hacer algo diferente, no podíamos conformarnos con otro “tutti-frutti” de canciones,
había llegado el momento de hacer nuestro “Quadrophenia”. La primera idea
que se barajó giraba en torno a la mili. Ibamos a recrear la historia real de un
muchacho que se escapó del castillo militar para ver a su novia, robó una moto y
la policía lo mató tras una persecución espectacular. El noventa fue el año en el que
se extendió con fuerza la palabra “insumisión”. Nadie daba entonces un duro por
aquellos chavales capaces de enfrentarse a una institución tan poderosa como el
ejército. Muchos sentimos la necesidad de apoyar aquello, nos auto inculpamos
públicamente de haber inducido a insumisos e incluso fuimos a declarar como
testigos, pero la “opera rock” no funcionaba. Por más vueltas que le daba, la historia del desertor me resultaba demasiado melodramática y un tanto demagógica. Al
final decidimos centrar nuestro apoyo en una canción “Guda eta Pakea” y hablar en
las demás de otras cuestiones dignas de respaldo: feminismo (“Txakurremea”),
ecología (“Mokordo Ibaia”), la cárcel (“Grakaz”), etc. Todo se enmarcaba en un
mundo futuro donde una maestra de escuela relataba la mierda en la que ahora
vivimos. La verdad es que al final quedaba un sabor de boca un tanto “guay”, como
diciendo: “que chicos mas majos, cuantas causas justas apoyan”. La propia “Bostak
Bat” y nuestra única incursión en la música de baile: “Dominus Bobiskum” fueron
lo único que salvaría. El vídeo de la canción estrella, obra de Mikel Clemente, ganó
el premio al mejor video-clip euskaldun en el Festival de Vídeos de Vitoria-Gasteiz.
Al año siguiente hicimos la de “Iñaki”. Mucho antes de llegar a componerla, yo
ya tenía el estribillo en la cabeza: “Iñaki, zer urrun dagoen Kamerun” (“Iñaki, qué
lejos está Camerún”). Como todas nuestras mejores canciones, salió casi de un
tirón, aprovechando una tarde de “buen rollito” compositor. En nuestra banda eso
era fundamental. Como todas las hacíamos entre todos, las canciones eran algo así
como si practicáramos sexo. Si había buen “feeling” y hambre de sacar algo bueno,
tras unas cuantas horas machacando se llegaba al orgasmo, en este caso materializado
en una “cojocanción”. En cambio como empezáramos a renquear y a desconfiar
del prójimo podíamos tirarnos dos meses tratando de completar un churro
infumable.
Convencimos a José Mari para sacar un “maxi-single” (era la época en la que
hacían furor), previo al siguiente elepé y eso nos permitió dedicar largas horas de
estudio a completar un par de temas. Cesar Ibarretxe, que ya había sido nuestro
técnico en “Bostak Bat”, se había quedado con las ganas de producirnos algo que
nos dejara a todos satisfechos y se lo curró a fondo. La canción funcionó a las mil
maravillas, fue número uno, por votación popular, en la lista de la recién inaugurada
emisora “Euskadi Gaztea”, canción recurrente para todo tipo de “karaokes”
autóctonos y sin duda nuestro más reconocido hit. Todavía me la cantan a veces
por la calle, a modo de saludo.
Los “Iñakis”, aquellos vendedores ambulantes de origen africano, eran muy
familiares en el paisaje de los años noventa. Hombres fornidos, cargados hasta lo
imposible y que hacían largas caminatas vendiendo su extraña quincalla.
Llegaban a un bar, exponían en dos minutos todo el género y cuando el dueño del
establecimiento se cansaba eran expulsados sin contemplaciones. Se reproducía
entonces la escena de la conocida copla: “Ella me dice que a cuatro / Yo le digo que
a seis / Cojo la cesta y me marcho / Sardiña freskue”. Eran, sin duda, los herederos
naturales de las míticas sardineras que antaño se recorrían a pie los quince kilómetros de distancia que separan Santurtzi y Bilbao.
En el 92 llegó “Sexkalextrik”, donde nos sacamos buena parte de la espina clavada
con el “Bostak Bat”. En el tema principal, el protagonista es un obseso sexual que
muere en un orgasmo monumental, sin más. También hay una aventura amorosa
en el Caribe –lamentablemente, imaginaria– con una tal Magali, un nombre precioso
que escuché por allí y que sirvió después de inspiración para escoger el de mi
primera hija (no se admiten opiniones negativas). Tanto en este, como en el
siguiente trabajo, decidimos presentarnos tal y como éramos, sin sentirnos obligados
a responder al tópico de “radicales” y admitiendo nuestros cambios y contradicciones,
porque en nuestro seno no había desde luego “pensamiento único”.
Además, aunque a veces discutíamos, Zarama era un grupo donde dominaban las
risas y los comentarios golfos y eso se tenía que plasmar también en las canciones.
Nada más grabar “Sexkalextrik” nos dejó nuestro bajista oficial Javi Alvarez.
Llevábamos una temporada tensa. Resulta que se había echado novia y estaba tan
coladito, que nuestras animadas conversaciones sobre los polvazos que echábamos
a las mujeres ajenas se vieron directamente afectadas. El, que con su anterior
relación no tenía ningún problema en sumarse a las ilusorias orgías verbales, de
pronto se ponía estupendo y nos llamaba envidiosos... estaba convencido de haber
enamorado a Leticia Casta. Era insufrible. Hicimos un viaje en tren a Barcelona
para actuar en una sala. La idea del tren estaba precisamente encaminada a crear
un clima de convivencia. Un viaje tan largo doblados en la furgoneta habría sido
agotador. Javi no quería ir. Tenía miedo de perder a su novia y se notó. Hizo tantas
llamadas, que la Compañía Telefónica subió en la bolsa, y con nosotros anduvo
morrudo e irascible. Poco después su familia se hacía cargo de un bar y su presencia
(ya un tanto renqueante) se hizo imposible.
Diez años después de la mili, Javi Losa volvía a sumarse a nuestra “disciplina”,
aunque lamentablemente por muy poco tiempo. Tras dos o tres bolos, su trabajo
le impidió seguir y nos vimos obligados de nuevo a buscar bajista. Una vez más
hubo suertecilla. La reciente desaparición de Yo Soy Julio César, una de las más
contundentes (y curiosamente también caóticas) bandas que diera la prolífica olla
de Barakaldo, dejaba libre a Alfonso Herrero, su carismático (y ligón) bajista. Tras
abrir nuestra política de fichajes hasta admitir jarrilleros (dícese de los de
Portugalete, que siempre le han dado bien a la “jarrilla”) dábamos un nuevo salto
mortal para irnos hasta Barakaldo a fichar a un cantabrón: ¡el acabose!
Actualmente Alfonso combate por su kurruxko en la selva de Barcelona.
Cuando se enteró de mi intención de hacer un libro sobre la banda, en el que “saldría
poco” (ya sabéis todos porqué) me envió el siguiente mensaje:
«¿Que me sacas poco en “Zarama Times”? ¿A qué se debe eso si ya estaba yo en
vuestro primer concierto fuera de las fronteras de Santurtzi? Sí, en el frontón de
Paules ¿no tacuerdas u qué? Allá estaba yo con mi amigo Lamberto y nuestras amiguitas
admirando la elasticidad rítmica del “Muelle” Txuzos (Txus), mientras
Porrón (Javi) metía todas las notas de la escala en cada tema, un guaperas perturbaba
a las nenas desde detrás de los deslumbrantes platillos de hojalata y tu melódico
berrido marinero atronaba en el frontón de nuestro casto y bienhablado establecimiento docente-penitenciario. Inolvidable de veras. La huella indeleble de ese concierto orientó mi carrera musical hacia el nihilismo más destructivo, a sabiendas de que las más altas cotas estaban ya alcanzadas y tomadas para la eternidad».
Así que hicimos el “Binilo Bala” (“Bala de Vinilo”), un nombre que pretendía
hacer un juego de palabras en base a “hilo bala”, pero resulta que el “hilo bala”, que se usa para embalar, no es tan conocido como yo creía y el “vinilo” cada vez
menos... La portada y uno de los cortes rendían homenaje a la figura de Urtain,
lamentable ejemplo de ídolo caído. En los últimos sesentas un campeón de levantamiento de piedra (antes aizkolari) fue tentado para la práctica del boxeo. Le animaron a partir de combates amañados y llegó a creérselo hasta ganar dos veces el
campeonato de Europa. Tuvo años de gloria, de palmadas en la espalda, de defensas
más o menos triunfales del título y en el 72, el alemán Jurgen Blin acabó bruscamente
con la línea ascendente de su carrera. Lo que siguió fue una trayectoria de
veinte años dando tumbos, llegando al ridículo de presentarse como estrella de la
lucha libre: “El Tigre de Zestona”. A partir de aquí todo fue muy triste, hasta que
ya en los noventa, arruinado y olvidado se suicidó tirándose por la ventana de un
hotel. Homenajear a Urtain era para mí homenajear a mi padre, que lo admiraba y
a una parte del pasado en la que nos unía una ilusión, trivial, es posible, pero que
al menos servía de tregua en la siempre incómoda dialéctica padre/hijo.
Con “Binilo Bala” colaboramos por fin con Manolo Gil, que por méritos propios
se había alzado con el título de “videolari” mayor del reino. Manolo y Mikel
Urdanoz nos hicieron la portada y los créditos así como un vídeo grabado en directo
con vistas a un proyecto de programa musical para ETB. Lamentablemente, el
clip durmió muchos años en algún almacén, hasta que ya en el nuevo milenio, seis
años después de nuestra separación, fue recuperado para un programa especial
sobre el rock vasco que montaron también en Iruñea.
Algún día del 94 me levanté de la cama con una idea clara: Zarama se tiene que
deshacer y lo tiene que hacer bien. No había ninguna causa especial y a la vez se
daban varias: la separación de Hertzainak nos había dejado un tanto “viudos”,
la distancia generacional con nuestro público era ya excesiva, los viajes se hacían
cada vez más pesados, las entrevistas promocionales post-disco me producían
arcadas y sobre todo, lo mismo que hay que saber crecer, hay que saber morir,
dejar “un cadáver agradable” y no un mal recuerdo. Lo cierto es que en la banda a
todo el mundo se le pasaba por la cabeza, pero nadie tenía las suficientes agallas
para proponerlo. Un día, tras el ensayo, repartí un sobre a cada uno con una carta
personal explicando mi postura. Venía a decir simplemente lo que he escrito unas
líneas arriba: que ya era hora. Si en su día nos hubiéramos hecho profesionales la
decisión no sería tan sencilla: “¿cómo? ¿qué al señorito le encoñan las presentaciones?
¿qué se siente alejado de sus fans?... mira guapo mis hijos comen todos los
días y este trabajo no es tan malo, podrías estas cavando zanjas ¿sabes? Si no te
sientes motivado ¡métete una fila de metro y medio mamón, vas a ver que juvenil
te pones!..”.
Si, cada grupo, como cada familia es una historia y todas las decisiones pesan.
Los hay que se tiran al vacío y se juegan el pellejo tras un disco brillante para después estrellarse y pagar las deudas con apuros. Otros alargan su biografía casi
tanto como su propia vida, viviendo sobre todo de hits que cada vez quedan más
lejanos en el tiempo. Otro caso típico es el de grupo que en realidad no lo es. El
carismático líder va cambiando la formación según se desvían de sus lúcidos proyectos.
Existe también otro prototipo muy repetido: el grupo nace, logra un éxito
inesperado y no lo puede digerir: mueren con un cadáver muy agradable...
El definitivo agur de la banda se produjo en Santurtzi, aprovechando la celebración
del “Ibilaldia 94” (actividad anual a favor de las Ikastolas). Vino tanta gente de
tantos sitios a saludar (algunos desde muy lejos) que llegó un momento en que me
creí en el centro de una pesadilla. La actuación, aunque muy currada, tampoco me
dejó satisfecho. Los domingos por la tarde nunca me he podido soportar a mí
mismo. No sé si es genético, psicológico o parapsicológico, pero es así.
Nuestra última polémica radicó en el show final. Queríamos hacer una representación
a la altura de las circunstancias: saldríamos trajeados todos excepto
Tontxu, que iría de monaguillo y Joseba que iría de Chamán. Sacaríamos, al ritmo
de una marcha fúnebre, un ataúd con el nombre de Zarama escrito en un lateral.
Yo propuse que fuera Tontxu el que saliera dando un bote del ataúd en plan Angus
Young... pero el señorito no quería, le daba “yuyu” lo del ataúd. A Txus tampoco le
hacía gracia y su comentario para animarme no pudo ser más cenizo: “El actor que
interpretaba a Superman, hizo de paralítico antes del accidente que le dejó en silla
de ruedas”. Al final, como no, salí yo del ataúd y (de momento) no he vuelto a
entrar, aunque la verdad, me acabó dando cierto palo estar ahí dentro.
Aquel extraño día estuvieron con nosotros El Curi, Jorge Cerrato y Lázaro
Fariñas, batería ocasional, colega y el que más lloró nuestra marcha, hasta el punto
que me vi en la absurda tesitura de tratar de consolar sus llantos desbocados.
También volvió a subir a escena Javi Alvarez para tocar algunos temas antiguos.
De hecho el decorado era una enorme foto de la primera formación, aquella con la
que una insólita noche de verano, en Eibar, nos sentimos dioses.

3 comentarios:

Josu dijo...

Yo estuve en varios de estos sitios, y vi varios de estos conciertos. Por supuesto, escuche muchas de estas canciones...
Lei algun que otro Muskaria...
Creo que somos unos privilegiados de haber disfrutado tanto.
Lo unico los comentarios de Cerrato con el Athletic - Oviedo del concierto del Ibilaldi (deformacion profesional ¿¿??), ¿o acaso es porque soy de la real? Debe ser el espiritu contracorriente....ya algo mas domesticado. Sin duda.

jimmy dijo...

yo pase mi adolescencia escuchando a los grupos del llamado rrv.zarama eran sin duda de los mejores,aunque no pude verlos nunca(barna)Ahora echo en falta alguna gravacion en directo de ellos y se me ocurre que no estaria mal que alguien creara un blog de bootlegs con conciertos de zarama,hertzainak,kortatu,jotakie,danba....estaria muy muy bien

tgl dijo...

Felicidades por el libro y gracias por compartirlo aquí en el blog.
Ando buscando información de muchas de las bandas de la época. En concreto de AHV. No consigo saber cuáles eran las canciones que aparecieron en el mini-LP "Altos Hornos de Vizcaya" que grabaron Zarama con Antonio Curiel. ¿Te acuerdas de ellas? ¿Y de los singles que sacó el Curi ya como AHV?