miércoles, 6 de agosto de 2008

VII GRABAR UN DISCO


Eso sí que marcaba un antes y un después. Grabar, aunque fuera una mísera
quinta canción de la cara B en un disco compartido con folkys y cantautores, abría
muchas puertas. En aquellos años no era sencillo. Para empezar, los estudios eran
contados y desde luego, la auto producción prohibitiva. Es la razón por la cual bandas que en los años sesenta y setenta concitaban auténticas mareas humanas,
jamás lo pudieron demostrar con un maldito vinilo.
Me vienen a la cabeza dos grupos de Santurtzi: Jeffersons y Zeus que se recorrieron
todas las discotecas de Madrid para arriba y no queda un mínimo testimonio
para enseñar a los nietos. Quizá si los oyese ahora ya no me parecerían tan buenos,
pero el sonido de sus ensayos, que se filtraba desde su local a la campa donde
jugábamos al fútbol, nos sonaba entonces a gloria celestial.
Tener un tema registrado en condiciones te permitía aparecer por cualquier
emisora de radio sin que el portero te pusiera la mano en el pecho, calmaba a nuestras familias, que miraban la portada y por unos segundos se preguntaban cómo
coño habíamos logrado engañar a alguien y sobre todo, asombraba a los colegas,
que por primera vez, en muchos casos, se planteaban dejar de mofarse a cuenta de
nuestra brillante idea. También empezamos a sentir lo que Antonio Gala denominó
“el tacto mucilaginoso de la envidia”. Cuando llegábamos a un bar, con el fla-
mante disco bajo el brazo y pedíamos que nos pincharan la canción, los rostros de
los parroquianos experimentaban reveladoras transformaciones. Había quien nos
felicitaba con más o menos efusividad y quien no podía evitar algún comentario
agrio del tipo: “el bajo desafina continuamente” o bien: “os han grabado por lo del
euskara ¿no?”. Hasta lo de conseguir una lonja de ensayo pagando una renta aceptable
se hizo más factible. Compartimos espacio con Eskorbuto en el remoto y
lumpemproletario barrio de San Juan. Aquello, más que una bajera, era una
madriguera, pero cumplía su función.
También la grabación tuvo su aquel. Aparecimos por los estudios de I.Z. en
Donosti con el bajo y la guitarra. Contábamos, no sé por qué, con que el estudio ya
tendría batería y resulta que no fue así. Cuando los dueños se percataron del detalle
se pusieron muy serios y nos amenazaron con anular la sesión. Los de Zen, que
también grababan ese mismo día, se negaron en redondo a dejarnos su instrumento,
con lo cual se inició un tenso debate en el que sólo teníamos un argumento:
“La grabación es un premio y lo hemos ganado, a nosotros nadie nos ha hablado
de instrumentos”. Está claro que en esta vida, lo importante a veces no es tener
razón, sino hacer que lo parezca con vehemencia. Ahora mismo recuerdo aquello
y a pesar de los años transcurridos no puedo evitar cierto bochorno. Ciertamente
no se le puede exigir a nadie que te deje su instrumento personal y es de una soberbia impresentable encararte encima con los amos del estudio, pero cuando se tienen veinte años, al parecer, la vida se ve de otra manera.
Ante nuestra terca determinación, los responsables del sello cargaron con el
alquiler de la batería. Grabamos el “Bildur Naiz” y fue precisamente este artefacto,
el punto más problemático. Ernesto naufragaba en un mar de tambores y pedales
que hasta entonces, había visto en fotografías. Hubo que repetir hasta la exasperación.
El dueño de aquella destellante “Pearl” abría constantemente la puerta de
la cabina para hacerle advertencias a nuestro percusionista y a los jefes del invento
se les iba poniendo progresivamente mueca de úlcera duodenal. Al final, una
vez más, salimos airosos del marrón. Cuando llegaron las mezclas fue como si la
Virgen hubiera decidido aparecerse allí mismo. Anjel Katarain, técnico de sonido,
iba convirtiendo nuestra tosca materia prima en algo coherente, robusto, audible...
porque además de la jeta que pudiéramos echarle, todo hay que decirlo, teníamos
algo, y era esa fe ciega en nuestras posibilidades lo que nos daba tanto arrojo.
Aquel día, sin ir más lejos, fuimos a Donosti haciendo auto-stop y volvimos por
el mismo sistema a altas horas de la madrugada. Era un 30 de diciembre y por
momentos creí seriamente que acabarían colgando estalactitas de mi nariz.
El “Bildur Naiz” plastificado –como se decía entonces– nos abrió unas puertas,
a veces, un tanto excesivas para el nivel que teníamos en realidad. Me llamaban
para hacer entrevistas desde revistas como “Argia” o “Anaitasuna” y nos proponían
ser teloneros en conciertos imposibles. Las nuevas exigencias nos pusieron las
pilas como nunca. Aquella cueva del barrio San Juan, donde compartíamos sudores
con Eskorbuto, se convirtió en una fábrica de hacer canciones que funcionaba
a todo trapo mientras, por las tardes, yo trataba de implantar en mi calcinado
cerebro el euskara por los laberintos del “Nork-Nori-Nor”. Fue aquella una época
de ilusión en la que el sueño, por fin, tenía frutos concretos. Sudando la gota gorda
y no sin arduos debates fuimos destilando el primer repertorio: “Zaramaren
Erdian”, “Dana Niretzat”, “Ezkerralde”, “Nahiko”, “Beti Penetan”, “Urrezko
Hondartza”, “Bildur Naiz”...
En aquel año 81 hicimos nuestro auténtico debut, es decir, con una formación
estable, anunciado con carteles y (¡) cobrando. Fue en la discoteca “Cotton Fields”
de Sondika, regida a la sazón por el gran BOLO –animador del cotarro bilbaíno
como pocos– y donde pinchaba otro histórico agitador: Javier Corral, alias Jerry.
Cobramos ocho mil pesetas, provenientes de la recaudación y tuvimos que repetir
todo el show dos veces porque la actuación se quedaba corta. Antes de comenzar,
Ernesto estaba preocupado con el peinado de Javi, que lucía por aquella época un
corte tipo sota de bastos. Le engrasó la cabeza con tal cantidad de gomina que
cuando se secó, aquello parecía un casco de motorista. Llegó un momento en el
que todos queríamos tocar para comprobar la dureza capilar y el pequeño gran
“Rotten”, (Imanol, lider de Artrosis, el miembro más genuino de nuestra “troupe”)
fue el que consiguió, a base de insistir, hinchar las pelotas de nuestro paciente
bajista, que jamás volvió a ponerse gomina.
En esta feliz etapa del 81 grabamos también nuestro primer single: “Nahiko” /
“Ezkerralde”, inaugurando con él el sello independiente Discos Suicidas que
puso en marcha Oskar Amezaga, también fundador de la revista musical
“Muskaria”. Como Txus seguía sin demostrar gran destreza en los solos, invitamos
como “guest star” a José Mari Santamaría “Santa”, un pedazo guitarrista que prestaba
servicios en varias formaciones. Gracias a él aquello sonó de maravilla y tras
la grabación, Txus, que siempre fue –y es– tozudo como una mula, copió uno a
uno los mil y un caracoleos de “Santa” para reproducirlos en directo.
Aquella sesión también fue conflictiva. El técnico de los Estudios de Xoxoa, en
Galdakao, alquilados para la ocasión, era el reputado Jean Phocas, bajista entonces
de los Errobi, que no podía concebir que apareciéramos a grabar con instrumentos
tan cutres. El hombre se pasó la sesión levantando los brazos y soltando sentencias
con acento francés del tipo: “Esto no puede ser, si metes miegda en la mesa,
sale miegda,”... “Eso no son cuegdas, si cojo una cuegda de esas con dos dedos,
segugo que se tiene en pie”. Pero se repitió el milagro. Phocas, realmente, era capaz
de convertir la mierda en oro y “Nahiko” quedó de lo más aparente. Para entonces,
nuestro bajista titular Javi Alvarez ya estaba prestando servicios absurdos a la
patria en El Ferrol y el bajista ocasional fue Javi Losa, entonces en los jazzeros
Cumen, más tarde en Bahía de Kotxinos y por diversas circunstancias, siempre
muy cerca de nosotros.
Estaban pasando cosas interesantes, inesperadas, esperanzadoras (ahora se
diría “ilusionantes”). Nos presentamos de nuevo al concurso de la discoteca “Jai
Alai” de Eibar, aquel en el que cuatro años antes lo habíamos pasado de miedo
haciendo el imbécil y esta vez ganamos, dejando en segundo lugar... a Ziper.
Llegamos también a la final de otro certamen organizado por la discoteca “Tope”
de Bilbao, pero aquella final no se celebró jamás. Por cierto, allí actuaron por primera vez las después célebres Vulpess, que ya cantaban lo de “Me Gusta Ser Una
Zorra” sin que nadie se escandalizara gran cosa. Pero el hito de aquel agitado año
81 se produjo en Algorta, en las campas de Aixerrota. Era la primera vez que nos
llamaban para un festival tan potente, no podíamos echarnos atrás. Había una
larga lista de grupos en la que destacaban con fuerza: Leño (en su época dorada) y
los británicos The Beat (en su año de gloria). Era un festival anti nuclear, en plena
efervescencia de la lucha contra la central de Lemoiz y –no hace falta ni decirlo–
estuvimos toda la semana emocionadísimos. La noche, sin embargo, transcurrió
tortuosa. Estábamos allí, viendo a los Leño y nos parecía una broma eso de que
íbamos a subir a tocar en ese mismo escenario. Eran simplemente soberbios.
Daban ganas de salir corriendo. Por si fuera poco nuestra condición de grupo desconocido nos convirtió en los peleles de la jornada. Nos tocaba por sorteo salir los terceros pero al parecer, todas las bandas tenían serios problemas de desplazamiento que nos afectaban directamente. La tortura se alargaba. Si teníamos alguna posibilidad de ofrecer una actuación corta pero digna, había de ser a horas no
demasiado intempestivas, antes de que el sueño y la fatiga nos convirtiera en guiñapos.
Yo veía a mis tropas y me ponía enfermo. Las caras se nos iban desencajando
a medida que la noche se alargaba y nuestro turno se atrasaba. Eran ya las cinco
de la mañana y la organización nos pidió un nuevo aplazamiento. Un grupo de
jazz-rock cuyo nombre no quiero acordarme, tenía que tocar antes por no recuerdo
que causa mayor. Estallaron los nervios. Putre era partidario de salir y montarla,
el resto de la banda estaba por la huida y yo, como siempre, estaba dudoso.
Discutimos airados largamente mientras aquellos sádicos punteaban sin parar.
Nos dieron las siete y media de la mañana y seguíamos de bronca. Llegó la hora
de subir a escena. Habíamos soñado demasiado con ese superfestival como para
abandonar ahora. El panorama era desolador. Donde horas antes había miles de
personas bailando ahora quedaban unas pocas docenas durmiendo la mona en
sacos de dormir. Amanecía. ¿Podía ocurrirnos algo más? Pues sí, claro, como no.
Txus discutía con el técnico de monitores. Fue un ritual que nos acompañó siempre,
pero entonces aún no estábamos acostumbrados. Txus pidió más kaña en
escena, el técnico le hizo observar que eso era imposible si no bajaba el volumen
del ampli. Txus bajó medio milímetro y al darse cuenta de que se le había ido la
mano subió centímetro y medio. El técnico, tras observar la operación, encendió
un cigarro y nos dijo impertérrito: “vale, si no me necesitáis me largo”. Y se fue. El muy imbécil se fue. Era la gota que desbordaba el vaso. Comenzamos la actuación
sonando como el puto culo. A Ernesto le faltaba mucho Cola Cao para poder pisar
los pedales del batera de Leño con la mitad de garbo que él. Yo lo veía sudar sin
levantar cabeza, concentrado en un ritmo sencillo y monótono pero titánico para
él. Me sentía tan maltratado por los hechos que fui incapaz de mantener la discreción.
Grité a quien quiso oírme que éramos los terceros por sorteo pero nos llevaban
relegando toda la noche y añadí de regalo que esas cosas las comprendería en
los Cuarenta Principales pero no en gentes que van de alternativos, izquierdistas y
ecologistas.
Aquellos berridos al viento fueron extrayendo al legañoso y perplejo personal de
los sacos y poco a poco nos vimos protagonizando una actuación distinta a todo lo
que había ocurrido. Desastrosa pero al menos original. El “respetable” estaba muy
vacilón a esas deshoras y la verdad es que las columpiadas grupo-público fueron
constantes. Era la primera vez que me sentía como una de las vedettes de la Bodega
Bohemia. Al terminar la actuación no estaba en absoluto seguro de si habíamos
gustado o hecho el ridículo. Según bajé del escenario me vi rodeado de una auténtica
convención de zombis. Todos ellos esbozaban una sonrisa bobalicona y pretendían
seguir columpiándose conmigo. Bueno, al parecer unos cuantos se habían
divertido. Apareció también un chico de gafas con una chapa en la que se leía:
“Euskal Herrian Euskaraz” en la solapa de su chamarra rockera reglamentaria.
Aseguraba que le había encantado el “show” y que cualquier día tocaríamos juntos.
El me hablaba en euskara y yo le chapurreaba lo que podía. Era –me explicó–
Xabier Montoia, cantante de una banda que intentaba abrirse paso en Gasteiz:
Hertzainak. Lo primero que pensé fue algo así: “menudos originales, en Gran
Bretaña Police y aquí Hertzainak”.
El single consiguió cierta repercusión. “Bildur Naiz” había sonado discretamente
en alguna emisora, pero se trataba de un corte perdido en la cara B de un extraño
elepé recopilatorio donde podía escucharse desde un recital de alboka hasta un
cantautor-protesta. El “Nahiko”, en cambio, mereció el interés de las revistas de
música –hasta el dominical de “El País” nos dedicó un elogioso comentario-, de las
FMs locales e inauguró un ritual bastante coñazo: las entrevistas de promoción.
Uno de pronto se ve en la obligación de justificar lo que canta, de opinar sobre esto
y sobre lo otro, de contar anécdotas brillantes. En realidad se trata de vender dis-
cos y de procurar que las canciones suenen lo más posible.
Curiosamente, mi estreno radiofónico como entrevistado se produjo en Radio
Popular de Bilbao, y el primero que me plantó un micro en la boca para que soltara
paridas fue Félix Linares. Yo estaba tan cagado que no conseguía articular una
sola frase coherente. Además, él estaba sentado sobre una larga banqueta de cafetería
y a mí me acomodó en una sillita enana, con lo cual, el complejo de pitufo tartaja
iba aumentando minuto a minuto. ¡Quién me iba a decir entonces que con el
tiempo compartiría miles de horas en antena –y fuera– con él. Entonces él era un
reputado disc-jockey al que debo –entre otras cosas– el descubrimiento de los
incomparables AC/DC de la primera época.
En aquella primera ronda tuvimos un tenso desencuentro con Carlos Arko, de
los Cuarenta Principales. En el fondo, aunque solíamos escuchar la emisora
–entonces la oferta musical era muy reducida– estábamos incómodos por el simple
hecho de promocionarnos en lo que, para muchos, era ya símbolo de horterez.
Se produjo así una situación incómoda en la que él trataba de mantener una conversación
ligera y nosotros nos obstinábamos en aparecer como gente seria. La
electricidad –como él mismo comentó– se palpaba en el ambiente. O quizá simplemente,
lo que ocurría es que ya intuíamos lo que se nos venía encima: el futuro
inmediato tenía color verde-OTAN.

1 comentario:

djmalasombra dijo...

hola.
soy de Bilbao y buscando entradas sobre la discoteca TOPE donde pasé muchas horas he dado con esta pagina.
Aunque no viene al caso sobre la tematica del blog me gustaría que alguien me proporcionase informcion sobre dicha discoteca; direccion, año de apertura y de cierre, alguna foto.
Resido fuera de Bilbao pero no he olvidado del todo mis años mozos.
Gracias.
Mi direccion es djmalasombra@hotmail.com